Capítulo 3
Contra todo pronóstico, Jack tardó casi toda la noche en
hallar el punto que indicaba el mapa.
Aunque al pisar tierra, estaba deshabitado. La perspectiva era sobre todo
lodosa y peñascosa, ya sabía de dónde venía la fuerte fragancia a humedad. Unos
pequeños cráteres en la tierra resultaban expulsar chorros de vapor. Eso y algunas tristes rocas
mohosas a los costados eran lo único que decoraba tal desierto. Esperen… rocas mohosas.
Estaba en el lugar correcto.
–Eh, ¿hola? – llamó su eco. – Estoy buscando a un troll.
Bajito, redondo, hecho de piedra. ¿Alguien lo ha visto?
Antes de darse cuenta de lo tonto que se debía ver
hablándole al vacío, Jack sintió el suelo temblar. En seguida, las rocas a los
costados rodaron formando un círculo alrededor de él. Vaya que eran muchas. En
un final sacudón que hizo al joven saltar, se incorporaron y los trolls
mostraron su verdadera esencia.
–¿Y este quién es? – se oían los murmullos.
–Creo que es Jack Frost.
–¿Jack Frost? ¿Por qué lo dices?
–¿Jack Frost está aquí?
–Mira su pelo, eso es bastante anormal.
–¡Y sus ropas!
–Brr, ¿alguien más tiene frío aquí?
–Huh, busco a un troll… – alzó su voz ante la multitud. –
Bueno, es muy parecido a todos ustedes. – los ojos de Jack eran rajas mientras
inspeccionaba por la memoria de la criatura que le visitó. Tenía razón, eran
casi todos iguales.
Repentinamente, el círculo se irrumpió por un estrechó en el
que venía tambaleándose uno notablemente más mayor que el resto de su familia. Ucrania.
–Jack Frost. – le dijo el troll con su antigua voz a modo de
saludo, sus ojos apenas sonreían. Estaba serio. – Sabía que vendrías tarde o temprano.
–En ese caso me pude haber ahorrado la molestia de venir si
no hubieras desaparecido.
Una oleada de ojos pestañeaban sorprendidos ante la
irreverencia del muchacho, pero este permaneció reacio a sus opiniones.
–¿Y dónde está mi fiesta de bienvenida? – más silencio
incómodo por parte de los presentes.
–Veo que sí eres como cuentan. – carraspeó Pabbie para cambiar de tema. – Dime,
¿has venido por lo que creo?
–Sí. – se aproximó a él e hincó la rodilla al suelo para
mirarlo directo a los ojos. Fue directo. – ¿Qué diablos está sucediendo? ¿Cómo
pudiste haberte ido luego de esa luz, dejándome solo con semejante problema?
La criatura huyó de los ojos de rendija del muchacho.
–Jack, – Pabbie explicó amablemente. Sabía con certeza los aprietos
que estaba transitando, pero a diferencia de él, el troll no podía hacer nada
al respecto. – no podía dejar que ningún humano me viese en medio del palacio
real. No soy invisible como tú. Por eso tuve que regresar.
–Una nota podía haber sido grato.
–Entiendo que te moleste. Pero no tenía otra opción.
–Dime algo más. ¿Qué significa exactamente que la maldad se
apoderará de ella?
Sí, Jack no era lento para entender. Concebía a qué venía el
rollo. La pregunta, sin embargo, se escondía en el cómo. Pabbie miró a su
alrededor sobre sus cabezas.
–Hoy las voces han estado calladas. Las montañas temen lo
que ocurrirá, pero no he podido deducir qué murmuran.
Pues, agudiza tu oído,
había querido decirle.
–Solo podemos esperar a lo peor, Jack.
–¡No! ¡No he venido hasta aquí para que me sigas dejando sin
respuestas! –golpeó el suelo seguro con su bastón. Controladas líneas de escarcha se formaron sobre la tierra. – Necesito que me expliques qué significa lo de
la maldad, lo del blanco que será negro, ¡no lo que te dicen las malditas montañas!
El troll suspiró, derrotado.
–Mira, muchacho. Lo que yo puedo rescatar de esto es tan
probable como imposible. Esta joven ha venido a mí hace años. Su augurio estaba
escrito en lo más profundo de su corazón. Que el miedo, si no lo lograba
controlar, podía ser su peor enemigo. Las cosas se desnivelaron y su destino se
cumplió, así como estaba sellado que un acto de amor lo repararía y–
–Sí, sí. Conozco toda la historia. ¿Hay alguna manera de que
eso no ocurra o que se revierta?–
–A lo que voy, Jack Frost, – continuó algo crispado,
mirándolo por encima de sus párpados. – es que el destino de cada persona se
encuentra en constante cambio. Algunas son reversibles, dependen de nuestros
actos. Otras, simplemente, no tienen remedio. Son alteraciones más allá de lo
que nadie puede comprender. Y Elsa ha sido siempre un alma cambiante; especial
en todo sentido. El destino se empaña en jugar con ella; en este caso es
disparejo. Muy profundamente, la oscuridad yace en todos nosotros, y en esta cuestión,
Elsa no solo perderá su luz por lo que dicen las voces más sabias de esta
tierra. Sino que se volverá
oscuridad. Y está asegurado como que las estrellas brillan en el cielo, aunque
no las veamos.
Cada palabra, cada significado, era una fibra rota en Jack.
Su cuerpo se venía abajo internamente. La negación no tenía validez en el
juzgado; el fallo era a favor de una terrible, terrible certeza. Perderá su luz, se volverá oscuridad.
Nada se oía realista. Pabbie era sabio con todas las letras, por ello Jack no
se atrevía a contrariarle. Lo que decía era palabra verdadera. Y a la verdad
temía.
–Y… ¿Qué tan mala será entonces? Será solo un poco más
gruñona de lo normal o…
–No podría decirte. No se sabe cuánto mal podría abarcar
toda esta situación. En la dirección en la que va un río, allá va, sin marcha
atrás.–
–Entendí. – le cortó. – Pero ahora necesito que me digas qué
tenemos que hacer para evitar que esto se vaya demasiado de nuestras manos.
–¿Yo? No hay nada que pueda hacer. Ya está hecho. Y la magia
de un viejo troll sin embargo no será suficiente. Solo puedo modificar pocas
cosas, pero lo que está en el corazón, oh, no. Eso nada más el corazón lo maneja.
–¿Y yo? ¿Qué me dices de mí?
Pabbie se puso a meditar.
–A todo esto… ¿Tú qué tienes que ver con la Reina?
Claramente, con la urgencia de la noche pasada, la idea no
se le había cruzado. Pero ahora le sabía a sal y azúcar a la misma vez.
Insólito.
Jack no pensó que tendría que verse explicándolo a una horda de trolls; la paciencia, por otra
parte, se le estaba agotando. No ganaría nada guardándose hechos privados si quería un extenso
esclarecimiento. Jack revolvió su pelo y soltó su mano a un lado con un
suspiro.
–Estamos en una relación… –tosió. – amorosa.
Sigilo.
Y luego los trolls aullaron vítores y pitas insinuantes. Hasta Pabbie rió y festejó un poco. Habló nuevamente cuando el cuchicheo se calmó.
Y luego los trolls aullaron vítores y pitas insinuantes. Hasta Pabbie rió y festejó un poco. Habló nuevamente cuando el cuchicheo se calmó.
–Vaya, eso sí que es una sorpresa. Y explica bastantes
cosas, a decir verdad. – comentó como si no hubiese otro receptor más que él.
Jack no se sintió herido en absoluto, ni irritado. Aunque de todos modos, esto último
era discutible.
–Volvamos al tema. – dijo Jack sin más distracciones. – ¿Por cuánto durará
la profecía?
–Las profecías están selladas para durar, no tienen
estimación. Algunas jamás desaparecen.
–Oh. – se desconcertó. No era respuesta que esperaba. – ¿Hay algo que yo pueda hacer para cambiarlo?
¿O alguna cosa mágica, una poción, no sé, qué pueda alterar de algún modo el
cambio?
–Mhm, temo que no. Lo siento. Nada de eso será efectivo ante
una transformación tan profunda. Pero tú…;
no es que sepa mucho de esto; repito, es la primera vez que oigo de tal
profecía, pero quizás exista una forma de revertirlo después de todo. Aunque
sospecho que solo posteriormente de que
los cambios se hayan hecho.
–Ajá. ¿Dónde entro yo?
–Tal vez puedas hacer un cambio en ella, ver hasta dónde
llega esa “oscuridad”. Obsérvala de cerca. Cuéntame, ¿cómo la has visto hoy?
–Huh… – desacomodó su cabello. – No lo sé. No la he visto.
–¿Cómo que no? – preguntó estupefacto. – Si estabas en el
palacio, ¿no es así?
–Sí. – confesó con obviedad.
–¡¿Y no la has visto?!
–Pues allí no me la he cruzado. Tal vez se ha ido. ¿Piensas
que pudo haberse… ya sabes, esfumado de la Tierra?
–No, eso es absurdo. Ella sigue aquí, pero mientras el cambio
comience, no puedes dejar que se escape. – su seriedad volvió a colocarse en la
cima de su conciencia y descendió por todo su rostro, cambiando el aire del
ambiente que de por sí Jack sentía tenso. – Quién sabe qué daños puede causar y
cómo la podrían acusar.
–Oye, comienzo a asustarme… – apretó su barbilla con los
dedos, forzándose a poner en palabras lo que acababa de cruzarle la mente. –
Pero tienes razón. Ella es una Reina, no puede andar como desquiciada… Podrían
encerrarla por loca, quitarle el trono, el Reino podría caer…
–Ahora comprendes. Esto es serio, muchacho. Elsa no puede estar perdida, tiene
que estar bajo el control de alguien. Y ese deberías ser tú. Ese es tu papel.
Si se hubiese tratado de la “antigua Elsa”, Jack no podría
estar más que feliz que sea su protegida. Pero tratándose de esta situación, él
nada más y nada menos podía imaginarse cualquier cosa menos la chica que amaba.
Una desconocida que encima era malvada no era una misión que uno pudiese
considerar complaciente.
–¿Y a mí que me pasará? ¿No me va a matar, cierto?
–… Bueno, cómo saberlo. – Pabbie rió sin humor, intentando
apaciguar las aguas del tsunami de los pensamientos del otro. – Pero, huh, –
tamborileó sus dedos sobre el dorso de su otra mano. – lo más probable es que
no.
–¿¡Lo más probable!? – el aire se le soltó sin querer,
agudizando su voz. – Me suena a que pasará.
El troll rodó los ojos por su histerismo.
–Cuántas veces debo decirte, Jack, que no sabemos con
exactitud el porvenir. Lo único que hacemos es suponer. Y lo que importa es que
impidas que nada malo pase, a ella o al resto de las personas. Eres fuerte,
tienes capacidades que pocos poseen y una proximidad a la Reina que te dará
ventaja. Tú debes estar allí para ella durante y luego del cambio.
–Cuando dices cambio te refieres a cuando…
–Sí. Cuando se transforme de lo que es ahora a, bueno, no se
sabe qué.
–¿Y el cambio cuánto durará?
–Pueden pasar días, semanas, meses, años–
–¡Está bien, – cortó alzando un dedo. – tampoco sabes! – un segundo después se
arrepintió a penas de su arrebato. El anciano solo intentaba ayudar y su
insuficiente conocimiento era lo poco que Jack podría conseguir. Arduos tiempos
de revelaciones le aguardaban. – ¿Alguna otra cosa?
–Lo último que puedo aconsejarte es que la mires de lo lejos
estos primeros días, obsérvala, hazme caso.
–¿Por qué?
–Pues porque así evaluaras su estado, qué tan mal pueden ir
los sucesos. Y luego vendrás a contármelas por las noches. Si vamos a buscar
una solución, en el caso en que la haya, entonces hay que analizar el problema.
¿Entendido?
El troll lo tenía bien pensado, gracias al cielo. Pero poner
el plan en práctica es otra cosa. Jack sacudió la cabeza en un enervado asentimiento.
Al menos no trabajaría solo en esto; el
destino de Elsa pendía en manos de un espíritu y un troll. Qué maravilla.
–Nos veremos mañana, entonces.
–Buena suerte, muchacho.
Una suave ráfaga de viento acarició el rostro de Pabbie
luego de que Jack despegara y su silueta se eclipsara con las nubes. El resto
de los trolls aguardaban en un fúnebre silencio, unos con la mirada gacha y
otros mordiéndose los labios. El anciano troll no pudo evitar suspirar lo que
le punzaba en su razón.
–Esto no será bueno. – susurró.
Un grito. Elsa había estado gritando toda la noche, pero sin
apreciarlo. Divagada en un sueño imposible de recordar, que ya había zarpado
mar adentro al olvido. Pero sí una cosa rescataba: una invitación. Alguien le
invitaba, le ofrecía asilo en algo invisible. Si bien ella solo corría
despavorida, gritando, lejos de ese llamado que pisaba sus talones.
Bastó un tremendo grito para sacarme del sueño. Por más
noches así preferiría no dormir jamás. Salté de la cama y lavé mi rostro.
Cansancio. Eso era lo único que resaltaba. Sofocada, rápidamente fui al
tocador. Permanecí un incalculable tiempo sentada, sin tocar el cepillo de
cabello. Tenía miedo que con tocarlo, las cosas se pudiesen salir de control
como anoche. No, lo último que quería era ello.
Tomó mucho de mi espina para poder alcanzar mi mano hacia el
mango; no podría estar sin rozar nada en todo el día. Mejor sería sujetar las
riendas sueltas desde el principio. Respirando profundo y dudosamente, lo tomé.
El hielo no hizo acto de presencia, era solo un mango brillando en un pulido
color oliva. Solté el aire, aliviada, destensé mis hombros y comencé a cepillar
mi cabello mansamente mientras pensaba.
Pese a ello, mi mente no estaba del todo apaciguada por mi
logro.
Los pensamientos le dolían; la carcomían. Ansiedad sobre
todo pero que no podía destacar ni aunque estuviese en la primera oración de un
diccionario. Elsa no distinguía lo que le perseguía, los sentimientos que
pesaban y la arrastraban. Porque uno no puede saber a ciencia cierta las miles
de emociones que se procesan por segundo, en especial si estas rivalizan contra
otras. No se puede poner en palabras.
A veces te vacías, tu mente gira pero no sientes nada. O
todo a la vez.
El cepillo rebotó en el tocador. Elsa saltó a la cama y se
sentó, arropando sus brazos alrededor de ella. Por qué era tan difícil dejar de pensar…
¿Qué era ese vacío? ¿Qué era esa marea? ¿Estaba volviéndose
loca?
Solamente sabía de buena tinta que en su mente se estaba
librando una batalla. No obstante, no podría dejar que eso le llevase a ninguna
parte. A ningún lugar que no fuese ella misma. No iba
a volverse loca. Escondería y cubriría la parte de su corazón que quiere gritar
y llorar que paren los cañonazos de los bandos que no conocía.
Sería ella misma y todo pasaría.
Armé mi trenza, me vestí sin necesidad de asesoría y partí de
la habitación. Fui a por aire encerrado
en la librería. El día parecía marchar bien mientras leía “Drapetomania”, una
historia de un archiduque turco que intenta huir de la muerte y termina en las
garras de una vida peor de la que huía hasta que conoce un reino perdido. Tenía
divertidos personajes y giros en los que me gustaba abstraerme pudiendo representarlos en mi imaginación en
su cultura distinta, con ropas extrañas y eso.
Los sucesos transitaban normales, para mi satisfacción. Bueno,
eso se podría decir hasta que Anna ingresó en la biblioteca.
–¡Elsa! – no esperó respuesta. Meramente arrolló con la
silenciosa calma imperante, y empezó a hablar, hablar y hablar como de
costumbre. – ¿Dónde estuviste ayer? No te vi en ninguna parte, ni en el salón
comedor. Pensé que habías salido, pero tampoco te vi en el pueblo. Kristoff y
yo–
Elsa interrumpió la historia que no quería oír.
–He… – pensó una rápida salida. – tenido mucho que hacer.
Estuve en la oficina y comí allí. Es por eso. – bajó la vista a la página. Simple y conciso. No es que quisiera
iniciar un tema de conversación en medio de una emocionante lectura.
–Oh. ¿Y qué te parece si hacemos algo hoy? – agh. – Hay un Sol radiante afuera, y el
frío casi ni se siente. – Anna podía recordar a la perfección el exquisito olor
de la brisa por la mañana. – Aunque comenzará a sentirse; ¡hay que aprovechar
los cambios de estaciones!–
–Ahora no, Anna.
–Oh, ¡vamos! – insistió
–Dije que no. –respondió a secas. – Gracias, de todos modos.
– Y yo digo que ¡sí! – Anna quitó el libro de sus manos y se
lo puso en la cabeza juguetonamente.
–¡Oye, dame eso! – se quejó desde el sillón con demora al
darse cuenta de que algo le faltaba de sus manos, se perdía de su vista y que ahora pendía de
la cabeza de su hermana.
–Te lo daré si vienes conmigo a pasear. – movía sus caderas mientras hacía equilibrio
con el libro.
–No es no. – se
incorporó dando manotazos sulfurados. Cada
vez que Elsa intentaba recuperarlo, fallaba ante los rápidos escapes de Anna. Se
movía de izquierda a derecha; hacía piruetas. La blonda rodó los ojos. No tengo
tiempo para esto.
–Dámelo, Anna. Hablo enserio.
–Ya te dije mis condiciones. – intentó imitar su gesto
serio; no tuvo éxito. Las risas se le disparaban fuera de su vigilancia.
–Que me lo des.
Anna sacudió su cabeza ante la mano extendida y reclamante. Examinaba
la posibilidad de estar todo el mediodía así con tal de que aceptara la
invitación.
–No, no. – tarareaba contenta. – Si lo quieres ven por él.
–¡Anna! – vociferó. Sin más ni menos, Elsa tomó las manos de
Anna y en una desnuda fricción las congeló. Anna tuvo que apartarlas rápido por
el ardor, atónita; el libro cayó entre ellas con un sordo y condenado estruendo.
–Elsa… – dijo, pálida, cuando por fin logró reaccionar. No
podía creerlo. – Me… Me has lastimado. – el verde de sus ojos chispeaba miedo,
horror hacia ella. Elsa se inmutaba. Insistió como si Elsa no se hubiese dado
por enterada, su voz se quebraba como las cuerdas de un violín. –¡Me has
lastimado!
Elsa no la inspeccionaba, por otro lado. Se agachó a tomar
su libro y limpiarlo del golpe y restos de escarcha. Anna no pudo pasar por
alto su inexistente interés en ella; todavía sentía el punzón ardiente. Era
como volver a tiempo atrás, solo que ahora… se mostraba indiferente. Y eso le importunó
más que ningún otro mal. Habló como si el alma se le hubiese drenado. – Bien,
si tanto quieres ese libro, quédatelo.
Pero no era necesario usar tus poderes de esa forma contra mí. Me voy.
Elsa seguía pretendiendo estar ocupada buscando algún rayón
en la cubierta para cuando la princesa se marchó a los santos trompicones y
dando un portazo.
Elsa no se remordió. Anna no se lo daba, y tuvo que acudir a
otras iniciativas. Era lo justo. Sin pena ni gloria se volvió a tirar en el
sillón, pero las palabras no eran leídas o captadas. Tras las retinas repetía
la escena de cómo calcinaba por un segundo las manos de su hermana con su
propio hielo. Cada repetición atraía un céntimo de culpa. No supo por qué,
simplemente le salió del alma; un reflejo. Algo que no había hecho antes, pero la
dolencia en aquellos ojos fueron tan familiares como inquietantes. No era la primera vez que percibía esa
mirada, ni la que deseaba no haberlo hecho.
No pudo acabar el libro.
Merodeó por el palacio, notando como solo una porción de las
plebeyas la saludaba. En el camino, les comentaba que debían mantener el
respeto hacia ella a las que no lo hacían. Algunas se lo tomaban mal porque
ponían cara de cachorros heridos. Eso fue una especie de punzón para la Reina, pero estaba en lo cierto. Con
cierta mueca se alejaba de ellas.
Al parecer, nadie se aguantaba su presencia, y ella la de
nadie, pensó Elsa. Anna no volvió a aparecer en su camino, lo cual consideró razonable.
Tampoco quería verla, no sabría que máscara engalanar o qué decir.
Tal vez decir perdón,
pensó alguna profunda y sabia voz. No era hasta que el Sol se zambullía en el
cielo que se dio cuenta de lo que le había hecho; más o menos revivir el trauma
del pasado. Entonces, vino el dolor. Oh, maldito dolor que arrepiente y carga
de pecado a quien se había curado asimismo de los errores. Elsa se sintió mal
al respecto, lo cual provocó casi un rebalse emocional.
La borrosa guerra seguía allí. Y esta nueva culpa no
declaraba paz siquiera, lo empeoraba. Cállense,
cállense pedía a gritos para su cabeza. Se había olvidado de haber estado
caminando, sus pies avanzaban a ritmo propio encaminados a la habitación. Dividida
en su cabeza y su cuerpo, lo consideró. Sí,
mejor sería dormir, la única forma de hallar calma y reflexión.
Unas sirvientas y un guardia pasaban en dirección opuesta y
ni bien la vieron entraron a rozar la nariz en la alfombra con exageradas
reverencias. Elsa les agradecía bajando leve la barbilla y apretaba el paso,
dejándolos atrás mientras le imitaban.
Sola, nuevamente. Unos pasillos más y llegaría. A mi
espalda, por donde acaba de doblar, algo golpeó las paredes. A esas horas
oscuras nadie circulaba en esa área, incluyendo trabajadores. No hubo pasos
siguiéndome. Entonces, ¿qué había sido eso?
Obligué a mi cuerpo estático a perseguir ese ruido esta vez.
Hubo otro, golpeando lo alto de la pared del otro lado del pasillo en que
estaba. Alcé mi mano e iluminé la cornisa oscura con un desfile de mi magia.
Pero no fue necesario. La magia se apagó ni bien trastabillé hacia atrás y caí
aterrorizada. Era una persona la que flotaba donde la luz de la ventana rompía
las sombras. Lo podía ver claramente, descendió al piso a mis pies. Si hubiese
podido, me hubiese movido lejos, pero a secas conseguí gritar.
El joven me miró directo a los ojos como… como si me
conociera. Con una pizca de dolencia me ofrecía la mano para ayudar a
levantarme.
Bien hecho. Arruinaste
la coartada, torpe, se discutía Jack. Obsérvala
de lejos, no dejes que te vea… Intenté sonreír, quizás así pudiese dejar de
mirarme tan pasmada. A veces cuando sonreía lograba tranquilizarla, como una
promesa de que todo estaría bien.
El intruso sonreía. No me daba buena lata.
¿Qué clase de demencia era esa? Se atrevía a volar en mis
pasillos, asustarme y tratarme como cualquiera. No había visto al inoportuno extraño en mi vida.
Hui de su mano blanca y salté para incorporarme; mis manos le daban la grata
bienvenida abiertas, preparadas para atacar en cualquier instante, cualquier
falso movimiento.
Fue entonces que el espíritu se me desplomó al nivel más
profundo del infierno. Creo que me paralicé por primera vez al reparar en ella.
No solo me miraba desconfiada, sino que en agregado estaba defendiéndose… de
mí. ¿Acaso no sabía quién era?
–Elsa. Soy yo, Ja–
–Yo n–no te conozco. – procuré que mi voz sonara más firme
de lo normal. De todos modos, se quebrajó en cuanto avanzó un paso con su pie
desnudo. – No te muevas. – ordené. No lo quería cerca. Un bandido, una especie
de criatura mágica malvada, un secuestrador; Dios sabía qué podía ser ese tipo.
Jack no pudo responder. No por carencia de habla, sino
porque casi una decena de guardias apareció detrás de Elsa, gritando y
enseñando la punta de sus lanzas, espadas y ballestas. Ambos tornamos nuestras
miradas a los soldados que corrían hacia nosotros.
–¡Su Majestad! ¡Oímos gritos, qué sucede! – decía alarmado
el soldado a la cabeza.
Elsa volvió su atención al joven peliblanco. Con
desconcierto, notó que él le hacía señas con un dedo en el medio de sus labios. A su revés, los soldados permanecían en línea
de batalla estáticos. Allí estaban, Jack, Elsa y los mismos, en la misma
posición de hacía segundos, aguantando la respiración.
–¿Qué pasa, mi Señora? – preguntaba un hombre impacientado
pero sin dejar de ser cortés.
¿Es que no lo ven? Hay
un tipo raro – en todo sentido – con bastón enfrente de sus narices, diciendo
que guarde silencio, casi burlándose de todos ¡¿y no pueden verlo?!
Como leyendo mi desconcierto, el muchacho elevó sus hombros
y manos. Claramente como el agua, él sabía que era así. Miré, sigilosa, a mi
pequeño batallón detrás. Quizás no estaban mirando en el lugar indicado, o la
noche y sus sombras los cegaban.
Aproveché su descuido para volar a lo alto de la azotea y
desaparecer por una esquina.
Para cuando Elsa se volteó, el muchacho ya no estaba.
Elsa presionaba cautelosamente su visión en el oscuro fondo
para volver a verlo, y tal vez hacerlo bajar del aire cual mosca. Pero era un
hecho que había desaparecido.
–¿N–no lo vieron? – les preguntó desconcertada.
–¿Ver a quién? – los uniformados se estiraron para ver
enfrente de la Reina, atrás y a los costados. Desierto y sombras.
La Reina permaneció callada.
–A nadie. No fue nada. Solo una… falsa alarma. Pueden volver
a sus puestos, caballeros.
Los aludidos se tensaron en una postura, se inclinaron hacia
delante y partieron marchando en filas. No era su deber y menos que nada
propósito cuestionar a la Reina, a su
grito impropio que para cada soldado era un temporal paro cardíaco. A que
parecía estar buscando a alguien en la nada estando el parámetro vacío. Pero
las miradas intercambiadas decían lo contrario.
Luego de que los vio partir, Elsa se recompuso. Apropió una arruga de su vestido y su peinado,
refregó sus manos frías y temblantes y carraspeó. Un último vistazo a las
paredes y al fondo para proseguir con su propia marcha trastornada. Su
habitación se sentía reconfortadora, algo cálida. Lo que precisaba.
Silenciosamente, encendió unas cuantas velas para ahuyentar
a la negrura. Para cuando el nudo volvió a ser un terso hilo en su mente,
volvió su imagen. La del chico flotante de ojos azules, supernaturales.
Qué extraño fue todo
eso.
Miró al techo, por las dudas, para encontrar que no había
nada allí. Mejor dicho nadie.
No tuvo que preguntarse quién era. Primeramente, porque no
lo sabía. Sus ropas y aspecto delataban que no eran de estas tierras, ni de una
que Elsa conociese. Segundo, porque algo le rehusaba sentir curiosidad. Como
qué hacía aquí, siguiéndola. Había dicho su nombre, pero ella no le conocía.
Una lejana voz en su mente, tan lejana como que dudase que
el eco le perteneciese, le dio una pista. Al principio, Elsa no lo pudo
interpretar en el chorrillo de voz con el que hablaba. Aguzó el oído. Tampoco.
Finalmente, la voz se aproximó tan solo lo suficiente para oír el mensaje.
Jack Frost… susurró.
¿Quién demonios era Jack Frost?
El sujeto… ¿Ese era él? ¿Y cómo podía él saber su nombre? Aguarden,
eso era obvio; como ella era una figura pública, cualquier quien sea Frost podría saber su nombre.
Vamos, aparecía en cada impreso, carta, panfleto o cualquier cosa que hablara de la realeza.
Pero quedaba algo más apropiado a la duda, ¿por qué había
actuado como si la conociera? Con una sutil marca en su rostro que ayuda
sonriente a alguien que cae al piso, bastaba para que los pelos se le erizaran a la joven.
Pronto, Elsa se sintió acosada como si fuera poco.
Igualmente, quería conocer en profundidad a su supuesto perseguidor
flotante que la espiaba en pasillos y quién le había llamado tanto la atención. Le dio más importancia de la que creía al nombre que susurró aquella voz desconocida.
Desde su cama, echó una mirada a la mesita de luz. Las
palabras plateadas del lomo de un viejo libro rezaban “Criaturas y leyendas”.
Jack Frost… volvió a oírse.
Sin pensarlo, se incorporó a tomarlo y regresar a las
colchas. Algo maravilloso debía tener ese sujeto a juzgar por su pinta y que podía
volar. ¿Qué mejor lugar que investigar en un libro de criaturas mágicas? En el
caso de que no hubiese ningún Jack Frost en este, Elsa podría descender a la
biblioteca a por más tomos de fantasía.
No fue necesario. Eureka.
Allí estaba la descripción del espíritu junto a un retrato
que en nada se parecía al real. Por victoriosa cobardía, Elsa no lo leyó, solo
miró la imagen, acarició en un suave roce la marchita hoja, y de golpe lo
cerró y dejó en la mesita.
Nada salía normal. El malhumor, lo de Anna, la irritación,
el malestar, la desesperación, intranquilidad, Jack Frost. Nada era lo que le
sucedía normalmente a Elsa. ¿Es que ya no era ella misma? ¿Quién era esta que habitaba su cabeza?
Cerró los ojos para encontrar la inquieta oscuridad. Duérmete, duérmete.
Elsa se sentía perdida; llena de miedo. A veces incómoda con
su propia piel. Queriendo volar, desaparecer y apagar el interruptor de lo que vaga
en su cabeza. Ella solo quería encerrarse en su habitación, donde nadie podría
verla. El mundo de pronto le asustaba, prefería estar sola, donde la ansiedad
no la pudiese acechar.
En medio de la noche, Jack la veía fruncir la frente en
sueños, unos en los que no podía intervenir, claro está. Debía verla ahogándose en
pesadillas sin poder despertarla. La razón decía que debía echarse a un lado
mientras Elsa “cambiaba”. Cualquier otra intervención de él como el de esa
tarde podría en alguna remota forma alterar algo indispensable en la transformación. La incertidumbre es odiosa.
Eso no quería decir que no se sentía cual infierno; ser testigo de perder y
ver que alguien se pierda en otra cosa que no es: maldad. Hacía días él lo
tenía todo, podía verse, aunque con complicaciones, con una próspera vida a su
lado. Hoy, sabía que esa persona ya no era suya, ni siquiera le recordaba. Su aroma, su sabor, sus
caricias. La estaba perdiendo. Desde arriba de su ropero en la queda, no sabía
si temerle o amarla después de que el cambio ocurriese. No sabía qué pensar de
Elsa o qué sería de ellos en el futuro. El amor se entrelazaba con inseguridades
y dilemas. Pero por ahora la cuidaría, indirectamente lo haría.
Porque él la amaría fuese lo que fuese, pasara lo que
pasara. De todas formas, ¿qué tan malo puede ser?
Fin del capítulo 3
Nota de la autora:
¡Primero que nada quiero disculparme por ausentarme tanto tiempo! HE tenido tanto que hacer, los he extrañado mucho. Un poco tarde pero aquí esta el capítulo, espero les guste.
Déjenme darles un pequeño tip para leer esta historia:
Al final de cada cap, la última oración para ser precisos, piensen en lo que dice y pregúntense si en verdad es así...
Oh, oh, qué intriga. De seguro en sus mentes ya tienen una remota idea de lo que pasará más adelante, pero no se queden tranquilos porque lo que sea que piensen, estoy segura que terminará teniendo un giro, lo daré vuelta hasta que terminen golpeando sus cabezas contra el teclado/pantalla/etc *inserte risa diabólica*. A no ser que sepan leer la mente, entonces leerían la mía y todo estaría arruinado DX
Bueno, a pedido, les dejaré una pregunta creativa
¿Héroe o villano? ¿Por qué?
Creo que ya saben la mía pero quiero saber sus respuestas, ¡comenten!
Nos vemos pronto.
al fin el primer comentario.
ResponderEliminarme encanta y estoy emocionada porque empieces a dar guros (como en la calesita) :3
giros*
EliminarPD: me llamo cami pero me da vagancia registrarme -_-
mmmmmmmmmmmmmm wow la famosa britany puso mi sujerencia que emocion te voy acontestar bueno. Si lla has visto la pelicula yo diria que es malo porque iso que la niña perdiera casi todas sus islas tu comprenderas asi que creo que es malo mi opinion me gustaria saber la tuya
ResponderEliminarcon cariño ANA SALUDOS BRITANNY
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