jueves, 24 de diciembre de 2015

Capítulo 6

FELIZ NAVIDAD. AQUÍ LES TRAIGO LA 6TA ENTREGA. ¡SALUDOS! ♥





Capítulo 6 (Adelanto, no terminado)


Fue una noche extraña… Muy extraña.

Luego de haberla seguido tras su escape del palacio, las cosas no pudieron ser peor. Desde que puso pie en tierra no paró de correr. No, en serio.  La perdí de vista unas cuantas veces, pero igualmente no dejé que me descubriese. Volé por entre los árboles y sus sombras, haciendo ruido con las ramas sin querer, pero ella no lo notaba en absoluto. Creo que no habría notado un lobo si lo tuviese enfrente.

Parecía  aterrada, pero no tanto como para perder el control de sus poderes como es usual. Vi el estupor en su cara cuando tropezó y al levantarse miró a mi dirección, sin mirarme a mí. Tenía los ojos nublados, idos. Parecía que huía de un fantasma o algo así, y no le importaba nada más. Debía estar realmente desesperada por irse. No fijaba su vista en algo más que no fuese el camino, juzgaba saber muy bien a dónde iba pero no por dónde pisaba; se cayó más veces que un infante cuando aprende a caminar.

En fin, sus piernas finalmente se dieron por vencidas en cuanto alcanzó la cima de una montaña no muy alta. Una montaña familiar. El misterio se resolvió solo cuando divisé a lo lejos el castillo de hielo. Sí, ya conocía la historia de ese lugar. Aun así, bastante predecible. ¿Será que planea unas vacaciones allí? ¿O un retiro espiritual? ¿Por qué aquí?

¿Será que el cambio está por culminar?

Permaneció tendida cual cadáver sobre la nieve hasta que se hizo la tarde. Me escondí tras un montón de nieve acumulada, esperando a que mostrara señal de vida. Finalmente, abrió los ojos y se incorporó lentamente, dubitativa. No entré en escena todavía, pero sabía que mi tiempo se acercaba.


No recordé haber despertado, pero tenía los ojos abiertos ante el cielo cambiante. Me dolía la cabeza, y mis piernas temblaban. Tampoco recordaba haber llegado allí, pero sí que debía estarlo. Me senté con cuidado sobre la suave y novedosa nieve; una acariciante nevada llovía de las nubes. O de mí.

Juntando más energía me incorporé y me examiné. Me dolía el cuerpo, pero estaba demasiado adormecida aún como para sufrirlo. Cortaduras y sangre seca en todas partes, como si me hubiesen arañado gatos monteses. Algunos moretones en las rodillas y mi vestido roto, lleno de barro. Me quité la capa y la arrojé al suelo donde el viento se la llevaría tarde o temprano, y comencé a caminar hacia mi hogar.

A Elsa se le escapó su abrigo. Intenté recuperarlo mientras rodaba colina a bajo por el viento, pero en ese momento…

Oí un ruido, como nieve crujiendo. Miré sombre mi hombro… Pero no había nada, solo la capa.

Mierda, casi. No de nuevo. No otra rara emboscada.  Mi pecho se sacudía locamente mientras trataba de ocultarme tras las oscuras nubes. Sujeté más fuerte mi bastón y seguí vigilándola desde lo alto.

Me di la vuelta, y antes de dar el primer paso,  mi mente trajo de regreso los recuerdos bloqueados de anoche; cuartos oscuros y cuerpos sangrantes. Alfred y esos dos soldados, no iba a pasar en alto quiénes eran. O qué les había hecho. Pero una parte de mí me impidió sentir lástima por ellos, remordimiento, sentir nada en absoluto, lo cual encontré reconfortante. La culpa no entraría en mí a destruirme por lo que hice; no era mía. ¿Cómo hubiese escapado con las manos y la conciencia limpias sino?

Ellos se pusieron en el camino, hubiera sido diferente si no hubiesen estado en el lugar y tiempo incorrecto.

Mi manos no acabaron limpias, sin embargo. Y de seguro han encontrado la escena que me inculpa. En poco estarán los guardias o fuerzas especiales en la entrada del castillo, derribando la puerta, dispuestos a encarcelarme. Como si fuese a dejarles… Tendré que prepararme para cuando llegue ese momento.

Pero, ¿y Anna?…. No tampoco había dolor allí, en  su pensamiento. Ella estaría bien, sujeta a una mentira, pero bien.

Lejos de mí.

Lo que importaba es que siguiera pensando que estaba de viaje, y nada más. Ya vería qué haría en el futuro con respecto a ella. Dudaba que se tragara la historia luego de que descubriese que no he vuelto a casa en un largo tiempo.

Me sentía más tranquila. Libre como una pluma al viento, orgullosa, me dejé guiar casi instintivamente por las escaleras.  Era la decisión correcta. Las puertas se abrieron para mí.

El castillo era  igual de magnífico de como lo recordaba. Mi obra. Era casi imposible retener el aliento al caminar por la sala principal, admirar el alto techo que absorbía rayos de luz. Se sentía como entrar en el interior de una gema. Aunque un poco pequeña a mi parecer. No me llevó ni cinco minutos remodelarla; de las profundidades de la montaña manaron ramas de hielo rodeando el castillo, se alineaban en el interior para crear nuevas habitaciones, escaleras y pasillos en ambos pisos.

En un simple mandato ya tenía un castillo el doble de amplio y largo, balanceándose en perfecto equilibrio en la cima de la montaña. Para cuando mi magia cesó de cosquillear, fuertes estampidas resonaron e hicieron vibrar las paredes. Me giré, turbada, a buscar la fuente de esos enormes pasos. Para mi sorpresa, resultó ser aquel monstruoso hombre de nieve que había construido hacía tiempo, y por lo visto, no se había marchado.

Corrió hacia mí e intentó apretujarme entre sus gruesos brazos. ¿Era un abrazo? ¿Pero por quién me ha tomado? Inmediatamente hice resurgir una estaca de hielo del suelo que atravesó su brazo, para que me soltara. Fue un reflejo. La segunda vez que usaba mi magia para defenderme. Y se sentía espectacular. En cuanto me libró, recuperé el aire de los pulmones y sacudí mi vestido con el ceño fruncido. Él se acariciaba el brazo ahuecado.

No fue compasión lo que sentí, pero no quería que huyera de mí por ello. Lo necesitaba.

–No vuelvas a hacer eso. Jamás. – determiné firme, enfurecida. El enojo se me pasó rápido pero no la determinación. Puse mi mano en su brazo helado, que medía casi metro y medio de ancho, tal vez para animarlo y que deje de poner cara de tristeza y confusión. Suavicé mi tono.– Ahora necesito que vigiles la entrada. No quiero que nadie me disturbe, ¿lo has entendido? – Marshmallow asintió tímidamente. – Buen chico.

Le di otra palmada y me dirigí a las escaleras de la sala sintiéndome inmensa, oyendo sus estruendosos pasos salir por las altas puertas. Las piernas me temblaban aún. Iba a ir derecho al dormitorio del piso superior, aunque con la ampliación, no sabía dónde podría encontrarse. Al llegar al descanso de las escaleras, caminé de espaldas a la puerta principal por un vacío pasillo. Doblé en la primera intersección de escaleras y para mi suerte llegué a donde deseaba.

El lugar estaría desnudo si no fuese por la cama y la mesita de luz a su lado contra la pared derecha. Al fondo, en el centro se desplegaba el balcón que alumbraba el aposento. Vacío, pero acogedor. Era un hogar al menos, o lo será en cuanto pasen los días…

Fácilmente podía ver mi reflejo en cualquier pared que quisiese. Aunque lo que veía era perturbador. Había visto mi cuerpo demacrado por la difuminada noche anterior, pero no mi rostro cansado, deshecho, apagado. Mi pelo era una maraña, mis ojos rodeados por una sombra de agotamiento. Unas líneas cortaban mi pómulo izquierdo, pero apenas se notaban.

Bajo ello, no me sentía exhausta o destrozada. Sino renovada.

Como sea, era raro. Y odiaba verme con esa pinta. Tenía que hacer algo para arreglarlo.

Alcé mi mano para reconstruir el vestido de hielo destrozado, pero la magia solo llegó hasta la mitad de la falda. No tuve tiempo. Una inquietante sombra atravesó mi cuerpo frente a la pared y  llamó mi atención. Para mal. Sobrevoló el conífero techo y se escondió tras la punta de una torre, lejos de mi vista. Era muy grande para ser un pájaro.

Luego saltó y planeó cercano a las paredes, dudaba que me hubiese visto aquí abajo. Retrocedí y me escondí tras el hueco arqueado que era la puerta.  Entonces, la sombra apareció por el balcón y caminó por el cuarto. Lo reconocí de inmediato. Era el intruso… ¡El intruso del palacio!

Jack Frost… musitó una voz.

El nombre que parecía salido de un sueño…. Jack Frost, él estaba allí de nuevo. Elsa trastabilló un poco al retroceder por mero impulso, pero gracias a ese sacudón pudo poner sus pensamientos en orden.

¿Qué rayos está haciendo aquí?, me pregunté rechinando mis dientes. Sentía mi pulso galopar como un purasangre. ¿Qué tenía ese tipo conmigo? Ya estaba harta de que me acechara.

El peliblanco inspeccionaba el lugar y caminaba hacia la puerta, con toda la tranquilidad del mundo. Fácilmente podría verme y encontrarme tras la pared transparente. No iba a esperar a que lo hiciese.

Con el nombre del extraño titilando en las esquinas mi mente, salté de mi escondite y lancé mi magia, esperando a que diese en el corazón y acabara con todo de una buena vez. Por desgracia, el rayo siguió de largo por las puertas del balcón. El intruso, digo Jack Frost, estaba a unos metros del suelo ahora, sujetando su bastón con ambas manos.

PERO QUÉ CARAJOS. ¿AHORA ME ATACA? DIRECTAMENTE OPTA POR ATACARME. ¡Qué rayos era esto! La conmoción y el miedo arrastraron mi columna vertebral, a la carrera para ver cuál podía paralizar mi cerebro primero. Perdí el habla. Eludí con agilidad tres ataques más que rebotaron por las paredes. Dos más. Cinco más. Seguía aturdido. No le agradaban las visitas, podía ver.

Quizás por la forma en la que Elsa caminaba fríamente hacia mí y lanzaba su magia, o cómo estacaba su mirada tosca en la mía. Como hacen las serpientes. Recordé  las palabras de Pabbie, cuando la comparó con una serpiente que cambia de piel. Mejor dejé de pensar en ella como una de esas. Es extraño que diga esto, pero me daba miedo mirarla a los ojos. No era ella. La dulce y complicada Elsa que conozco no tiene esa mirada seria, enojada, que desea sangre. Daba a entender que estaba bajo algún hechizo o nubarrón maligno. Mejor dicho profecía.

No contraataqué, obviamente. Podría lastimarla, y mi intención era de hecho protegerla. PERO ME ESTABA ATACANDO, pensaba enajenado. Sin embargo podría ser yo el que saliera lastimado si ella no daba tregua.

Y así fue.

Proyecté más, todo mi arsenal, enviando una maldición muda en cada golpe.  Picos, ventiscas, bolas enormes que ahuecaban las paredes y destruían la cama y la mesita de luz. Quería deshacerme de él lo antes posible. Cada vez que fallaba redoblaba mi potencia. Pero él evadía a todos y cada uno de ellos, volando alrededor de la habitación como una polilla. No lo podía hacer bajar del aire donde tenía ventaja. Así que jugué sucio.

A su espalda, la pared se estiró  en un bloque que lo mandó hacia adelante. Pronto, del techo surgió otro pico que alcanzó su cabeza y lo expulsó al suelo. Caminé hacia él.

Se seguía arrastrando como una… No me dejó terminar el pensamiento porque una montaña de hielo reluciente surgió del suelo y encerró mi cuerpo, a excepción de mi cuello, cabeza y manos. Me sacudí con fuerza, mis brazos no se movían. Bastó un toque de mi bastón sobre la superficie helada, y comenzó a obedecerme. El hielo descendía, lo que pareció encolerizar más a Elsa. Intenté apurarme.

Antes de que pudiera liberar mis pies, la montaña volvía a crecer gracias a Elsa, más puntiaguda y dolorosa en su interior. Atrapaba mis piernas y torso con más tenacidad. No estaba dispuesta a dejarme escapar. Asimismo se  encargó de que otro pico me diera en la mano para que soltara mi bastón. No era que lo necesitara, el hielo no era mi mayor problema, dado a que también me podía obedecer a mí sin el bastón, sino que Elsa lo era. La mano me ardía, no podía ver si sangraba, y mi cuerpo dolía inmovilizado.

No era tonto, en cuanto volviese a intentar librarme, ella haría las cosas más complicadas. Sería mejor dejar que piense que me había derrotado.

Entonces, ya capturado,  Elsa puso un pie delante de otro, viniendo hacia mí con su mano en alto y sacudiendo las caderas. Sin prisa pero con rabia. El rigor de sus ojos, que parecían no estar al tanto de que había atacado a un visitante inesperado – o saberlo muy bien – , desaparecía a cada paso, dejándolos vacíos.

–¿Quién eres? – no se dispuso a dar vueltas. ¿De nuevo esa pregunta?, me dije, cansado del mismo embrollo. La amnesia debía seguir bloqueando su mente, ¿pero por cuánto más? Otro pico salía del suelo en diagonal y apuntaba mi garganta. Más violencia, rodé mis ojos imaginariamente aunque por fuera estaba aturdido.

–E–Elsa. – iba a decir ¿qué estás haciendo?, pero fui interrumpido por su grito.

–¡Silencio! Dije ¿quién eres tú? – el pico rozaba mi nuez… Intentaba alejarme pero apenas podía moverme. Elsa amenazó, impaciente. – Respóndeme antes de esto te atraviese la garganta y no puedas responderme.

–¡Jack Fr–!

–¡Quién eres! – exigió de nuevo.

Whoa, intenté calmarme, esto era mucho para tomar a la ligera. No era que me esperase una cálida bienvenida con una taza de té, pero tampoco este extremo. Creí que me daría más oportunidades de hablar, de explicarle. Pero Elsa no se venía con rodeos. Algo en su mirada me decía que no era mi nombre lo que quería saber.

–Soy el Espíritu del Invierno, mi señora. – ¿Mi señora? ¡¿Mi señora?! ¡PERO QUE CARAJO! PRIMERO LO OTRO, AHORA ESTO. ¿Desde cuándo me volví tan marica con Elsa? Idiota. ¿Definitivamente me habían crecido la nariz y orejas de perro cobarde? Intenté corregirme lo antes posible. – …. Elsa.

¿Espíritu del Invierno? Pero qué idiotez.

El pico filoso se alejó un poco de su blanco.

Aunque tenía sentido. Por eso aparecía su nombre en el libro, recordé vagamente… ¡De todas formas, qué estaba haciendo él aquí! Nadie me había seguido, nadie sabía que había huido aquí. A excepción de… ¡pero ya estaban muertos! ¿De dónde salió este?

Jack se recomponía de por poco ser rebanado como un jamón, mientras observaba a la joven en frente. Elsa no reaccionaba. Parecía estática desde la visión de Jack.

–Mhmm… – Jack carraspeó. No fue lo más inteligente que pudo haber hecho. Sin embargo, él pensó que dio resultado ya que Elsa alzó la vista y le atravesó nuevamente con la misma. 

–¿Qué estás haciendo aquí? – pregunté con el mismo tono inquebrantable de antes, no requería mucho esfuerzo para lograr sonar sombría. Por alguna razón, buscaba en sus entrañas un miedo hacia mí. Lo quería. Supongo que eso me daría cierta ventaja.

Vine a protegerte, rescatarte de ti misma. ¿Qué?, te preguntarás. Mira, te lo resumiré. El hecho es que no me recuerdas, ni nada de lo que pasó entre nosotros. Pero estamos juntos, sentimentalmente quiero decir. Desde hace meses. O lo estábamos. Incluso me pediste matrimonio de una manera indirecta. La cosa es que un troll me contó una noche de una profecía tuya que dice que te harás malévola por ningún motivo sensato. Así que vengo a corroborar que no se te suelten las riendas y mates a todos, y  a liberarte, curarte, lo que mierda sea de esa profecía y puedas volver a tu Reino y todos felices.

La respuesta venía a mi mente, pero mi cerebro no podría procesarlas para ser dichas. Por lo que de mi boca solo salió un estúpido balbuceo.

–Prog…Rec,,,, Nadigmos… Sentma…tprofll… – para mi defensa, era mucho como para escupir a la ligera.

Elsa me miró raro, solo por una fracción de segundo. Al siguiente instante, tenía esa cara de nuevo. La de serpiente. Desearía poder ponerle una máscara con tal de que deje de mirarme así.

No dijo nada, solo tensó sus labios y mentalmente hizo que el pico estrujara más mi garganta. Quería más información, o directamente hacer que aprenda una especie de lección.  

–Habla. – sancionó. – O averiguaré de qué color tienes las tripas.

Ya era suficiente, pensó Jack.

–¿Qué tienes con las amenazas? ¿En verdad no me recuerdas? ¿Mi nombre no significa nada para ti?

Sus preguntas inquietaron  a Elsa.  De alguna manera se le estaba burlando. Elsa no lo conocía. Punto. No se tragaría ningún juego suyo.

Le miró y frunció más el ceño. El témpano de hielo creció más hacia él.

No te atrevas a hablarme así, Espíritu del Invierno.

–Jack… – amagó por corregirle, pero el hielo acosador volvió a callarlo. Tú  y tu lengua.

–¿Por qué me sigues? ¿Cuáles son tus intenciones, huh? Dime. Tienes menos de un minuto para responderme antes de que me canse de ti y haga algo imperdonable.

–Huh… Bueno, lo que pasa es… – resopló, rodando los ojos para todas direcciones. Deseó haber pensado en escribir un libreto porque estaba en blanco. – Por dónde empezar…

–Suficiente. – estaba jugando con ella. Elsa alzó la mano y la prisión de Jack se elevó a metros de ella. Comenzó a arrastrarlo en dirección a las puertas abiertas del balcón. – Se acabó tu tiempo.

–¿QUÉ? ¡No! ¡Espera! – intentó forcejear pero el hielo era inquebrantable, y sería mejor no usar su magia. – ¡Elsa estás bajo una profecía! ¡Tú no eres así!

El témpano de hielo frenó  a siete pasos del límite del balcón. Elsa estaba quieta nuevamente. Era la segunda vez que la dejaba sin habla e inmóvil, y no le gustaba en absoluto.

–¿Qué sabes tú de mí, huh? – enseñó los dientes. Había hecho que los ojos de Jack estuviesen a su altura. Aquellos resplandecían como oro líquido en un océano azul a las luces naranjas y lilas del exterior. – No sabes nada.–

–Claro que sí. Elsa, tú y yo nos conocemos.–

–¡Mentiras! No te he visto en mi vida excepto por esa vez en el palacio. Si te hubiera atrapado en ese entonces, no me habrías seguido hasta aquí ahora. ¿Piensas arruinar todo lo que planeé? Porque de ser así, te tengo malas noticias.–

–No, no vengo a arruinarte nada. – frunció el ceño y la nariz. – Vengo a ayudar porque–

–No necesito tu ayuda, ni tu interés. Aléjate de mí. ¡No sé qué tramas, pero no te funcionará conmigo!

–¡No entiendes nada! ¿Quieres explicaciones o un monólogo?

Se arrepintió un poco de su osadía cuando el interior del casquete se ensanchó y aplastó sus costillas y todo su conjunto óseo entero. Dolía como mil infiernos; se le escapó un gemido de dolor.

Pero, por imposible que pareciera, Elsa  lo consideró. Pedía explicaciones y eso iba a obtener. Aflojó la opresión en su cuerpo, por lo menos por el momento.

–Habla.

Jack se permitió tener un segundo de triunfo y respiro, y después comenzó. ¿Qué podría decir para sonar razonable y persuadirla a que le haga caso? Pensó que nada serviría.

–Elsa, estás bajo una profecía. No sé qué es ni cómo funciona o cuánto dura, pero sí que dice que hará resurgir tu lado oscuro. – veo que ya aparecen los efectos…, recalcó. – No tienes control de lo que haces ahora, por eso quiero ayudarte. Debo hacerlo. Y para prevenir cualquier… ya sabes, cosa… mala que hagas.

¡Pero qué idiotez! Elsa se habría reído de sus palabras de haber estado en una instancia distinta. No obstante, comprimió más los ojos y apretó la mandíbula.

–No es cierto–

–Sí lo es. Todo lo que digo es verdad, ¿para qué te mentiría?

Elsa desconocía esa respuesta. Una pregunta distinta le picaba en la mente, ansiosa por saber su respuesta.

–… Y a todo esto, ¿ que tienes que ver con toda esta patraña? – le señaló acusadoramente.

Jack cerró los ojos; casi se podía imaginar con cientos de picos apuntando su cabeza o algún otro castigo peor por lo que iba a decir. Depende de cómo lo mires, las personas valientes son temerarios guerreros o estúpidos de profesión. Pero se supone que no hay que tener miedo cuando se trata de amor, porque, ya saben, el amor lo puede todo y eso.

–Porque te amo… ¡Nos amamos! – se apresuró en aclarar. – Llevamos meses juntos, –

No… Elsa estaba desconcertada. Atónita. Aborrecida.

–Nos conocimos hace casi un año, en tu habitación,–

No… Elsa no amó a nadie en su vida. Y menos amaría a Jack Frost.

–Y te he amado desde entonces, por eso creo que debo ayudar a curarte y librarte de esto que se apodera de ti. Soy el único que puede y te conoce…

No. NO. ¡NO!

De acuerdo, el amor no lo puede todo.

Rayos congelados se dispersaron en todas partes, golpearon los barandales del balcón y las puertas e incluso en el casquete en el que estaba Jack dejó un pequeño agujero libre en su abdomen.  La onda expansiva golpeó y despeinó también el cabello de Jack que acomodó sacudiendo la cabeza. Quería sacudir el asombro a su vez.

¿Tanto le disgustaba enterarse de esa verdad?

La reacción se libró accidentalmente de Elsa, pero no le traía cuidado. Lo que sí lo hacía era esa información. ¡Esa falsedad! Le estaba diciendo que había una parte de su vida que no podía recordar; era falso. Que amaba a alguien desconocido, que no era como sabía que fue toda la vida, que tenía que ser salvada de algo imposible. Pero ella no tenía nada, ni ninguna profecía ni qué carajos la acechaba. Ella estaba bien, con necesidad de paz, reconocimiento, por algo se alejó de su vida en Arendelle. No estaba loca, ni tenía una vida doble, o era lo que él decía.

En lo que ella sabía de sí misma, siempre había sido de esa forma. Más o menos…

Ahora estaba confundida. Sabía qué hacía en el castillo en la montaña; no era por lo que se obligaba a pensar solamente. Había otra razón profunda que no quería sacar a la luz, menos al tipo que tenía enfrente.

Y una inculpación como esa merecía un castigo.

Con ambas manos dilató la cantidad de hielo en el cuerpo de Jack; ahora cubría su cuerpo en totalidad. Elsa escupía veneno y odio de sus ojos, no muy convencida del por qué o hacia a qué, pero algo le impulsaba a hacerlo. Mientras, Jack se esforzaba por cazar oxígeno, se estaba sofocando, ahogando en esa caja de hielo. Casi similar a aquella vez en el lago… Basta de  tonterías, pensó al instante en que se decidió a usar su magia y zafarse de esa tumba helada.

El cubo de hielo se partió en dos y él salió volando al interior a la habitación. Tomó su bastón en el suelo y se volvió hacia Elsa. Ella ya estaba siguiendo sus pasos y lista para otra pelea, pero Jack no. Habría alzado sus manos o alzado una bandera blanca si no supiera que ese sería un acto perfecto para que Elsa lo viera como debilidad y empiece a atacar. Únicamente le apuntaba con la punta curvada de su bastón y caminaba sobre la línea de un círculo invisible, con Elsa en el polo opuesto.

–No busco pelear. –
 
–¡Tú no sabes quién soy! ¡Ni lo has sabido nunca! –rugió histérica. Ya había tenido suficiente de él y sus afirmaciones por el resto de su vida. – Solo yo lo sé. – una idea se iluminó en ella. Una idea estúpida, pero no tan estúpido como lo que él dijo. –Pero si lo que indicas es verdad, dame una prueba y gánate unos minutos más de vida mientras puedes.

Si no se ha tragado la verdad a estas alturas, ¿cómo explicarle, maldita sea?

– Sé lo de la boda de Anna,–

–Eso lo sabe todo el mundo. – exhortó. Tenía un buen punto. – No es prueba suficiente.

–Pero yo estaba contigo el día en que te enteraste del compromiso. Sé lo triste que has estado porque el matrimonio significaría que serías la siguiente en la lista. Que tienes que casarte lo antes posible…

–Sí, me ha… afectado. – ¿Cómo lo sabía? Eso no tenía sentido. – Pero tú no estabas ahí. Jamás lo estuviste, o lo habría recordado. El compromiso apenas fue anunciado hace unos días.

–Ese es el problema. Por eso no me recuerdas, la profecía ocurrió ese mismo día y te ha dado una especie de amnesia.

¿Profecía? ¿Amnesia? No, nada de eso le estaba pasando.

–Pero entonces no recordaría la boda. Cada vez me demuestras que tus palabras son puras mentiras. Y odio que me mientan.

–¡Lo que digo es cierto! Vamos, intenta recapacitarlo. No sé lo de la amnesia, tal vez solo borra cierta parte de tu memoria y lo reemplaza con algo distinto. Quizás solo me ha borrado a mí. No hay instrucciones en todo esto. Ni sé por qué razones el Universo está jugando contigo y conmigo, pero intenta ver la verdad en todo esto. No miento, lo juro.

Elsa meditó un segundo.

–De ser… cierto lo que dices, respóndeme esto. ¿Por qué nunca supe de mi profecía? Es obvio que estoy relacionada con la magia, pero se supone que las profecías ocurren en el nacimiento, no en medio de la vida. –colocó su mano en su cadera y alzó la barbilla. – ¿Y por qué quieres ayudarme?

Finalmente, estaba cediendo. Sin embargo Jack no podía dejarse aliviar todavía.

–Esa noche, estábamos durmiendo juntos en el palacio y alguien llamó a la puerta. – Elsa se estremeció de asco en su interior por pensar en ella durmiendo con él.  Jack no pareció notarlo, o eligió ignorarlo. – Cuando la abrí había un troll, – Elsa interrumpió el relato con un rodeo de ojos. – en serio lo era. ¿Me vas a decir que estas conforme con tu magia pero no crees en criaturas mágicas?

–Sé lo que son los trolls, y sé que existen. ¿Pero que se aparezcan de la nada en la puerta del palacio? No puede ser. – se cruzó de brazos y sacudió la cabeza resuelta.

–Me dijo lo de la profecía, y reaccioné así como lo estás haciendo tú. Me reí en su cara más o menos. No recuerdo la profecía al pie de la letra pero era algo como “teman de la sangre real con magia en las venas, porque el blanco se teñirá de negro”, algo así. – era notable cómo el nivel de paciencia de Elsa descendía. – Sabía que se trataba de ti. Al final le creí por completo cuando volvimos a tu habitación y hubo una luz y una explosión.

Había algo… En los ojos azules del chico, que no había dejado de sostenerle la mirada, algo que podía reflejar el momento en que empezó a creer. A temer a esa realidad. Nadie le temería si la realidad fuese una mentira. Entonces… ¿Podía ser real?

No. Era increíble, imposible, pero…  podía ser cierto después de todo, ¿no?

Aghhh. Elsa quería arrancarse la piel con las uñas debido a tanto caos y embrollo que acababa de surgir en su razón. Todo por culpa de Jack Frost. Maldito él. Maldita la duda plantada. Maldito el universo si es que todo era verdad. Pero se ocupó de esconder todo indicio de desmoronamiento.


Elsa por fin había acomodado varias piezas de este nuevo rompecabezas. No necesitaba más respuestas porque ella las tenía a su disposición. Caminó rodeando a Jack, como un predador que quiere jugar con la presa. Porque ella tenía las cartas ganadoras esa ronda.

viernes, 27 de noviembre de 2015

Capítulo 5




Capítulo 5

La vela se consumió. Jack se había quedado dormido en la superficie sobresaliente de la ventana mientras esperaba a que Elsa se acostara para ingresar. Debía ser medianoche. Forzó la ventana y se adentró en la habitación de la Reina. Se sintió raro pisar ese lugar, la madera apenas le delataba su llegada. Salpicada en sombras, Elsa dormía sobre su tocador entre los papeles escritos y otros muchos abollados.

Dejó su bastón apoyado en la ventana. A paso de ladrón, Jack Frost se acercó a ella; respiró su delicioso perfume sin querer y la miró de cerca como no había hecho en días. Se le notaba el cansancio bajo los ojos cerrados. Pensó en llevarla a la cama donde dormiría más cómoda, o traerle una manta por lo menos. Aunque sería mucho que arriesgar si se despertaba.

Como quien oye lluvia, Jack no le hizo caso a su sentido común esta vez; tomó en ambos brazos con sumo cuidado el blando cuerpo de Elsa que dormía sentada, acurrucándola sobre el suyo. Procuró que su respiración no fuese a despertarla contra su pecho. Intentó tocar su piel lo menos posible para que no sintiera su gélido tacto y caminar largas zancadas hasta la cama. En el instante en que Elsa se revolvió un poco contra él, despertando de a poco, Jack la lanzó a su cama sin querer y por impulso. Por suerte, Elsa permaneció inmóvil en tan mullida comodidad. Para cuando Jack la arropó, ella respiraba y dormitaba profundamente de nuevo. Phew…

Fue directo al grano. Jack caminó sobre sus  pasos y tomó las cartas que Elsa había estado escribiendo en vela. ¿Por qué se había quedado toda la noche haciendo y rehaciendo esos papeles? ¿Para quién serían? Revolvió su melena peliblanca como si pudiese ahuyentar las preguntas.

La sorpresa no tardó en llegar en cuanto alcanzó el final de las mismas. Casi dejó escapar un grito de estupor como si fuese poco. Últimamente se las empañaba para meter la pata con su irreconocible torpeza.  Las palabras en tinta eran un golpe duro entre los ojos.

Eran dos cartas, una para ella y otra para Arendelle, parecía. Sin desaprovechar un segundo, tomó la pluma y reescribió exactamente las palabras a otras hojas conteniendo la respiración  para luego devolver las originales a su sitio. Ya tenía información, hora de marcharse.

Pero antes, no puedo reprimir las ganas de echarle un vistazo. Se quedó mirando su bella silueta curvilínea bajo las fundas, sigiloso, en el margen de la ventana. Era extraño verla así. Ya no había expresión de confusión y desorden en ella. Solamente dormía, parecía calma. Tal vez más pequeña e inocente. Vulnerable.  Un movimiento adormecido fue suficiente para sobresaltar a Jack lejos de los pensamientos que trazaba. Tomó su bastón, preparado para irse, cuando escucho gemidos que lo paralizó más que aquellas cartas.

La paz que antes inundaba a la Reina había desaparecido. Su rostro derrochaba terror, y lo giraba de un lado a otro, sepultándolo en la almohada y apretando los labios. Gemía, balbuceaba cosas sin sentido y gritaba ahogadamente, revolviéndose con violencia bajo las colchas que con tanto movimiento ahora estaban en la línea de su cintura. A los pies de su cama, Jack la observó durante unos pocos segundos sin saber qué hacer y finalmente optó por la nada misma.

“No interfieras en el cambio” eso era entendible, aunque dudaba si horribles pesadillas fuese parte de ello. Era vivir un deja vú de la noche anterior, pero más espantosa si se quiere. En lugar de saltar por la ventana, volvió a acobijarla por más que fuese una causa perdida dado a que se seguía revolviendo entre aullidos.

No podía despertarla, pero lo que sí podía era aunque fuese velar sus sueños desde lejos, sin remedio a su tormento. No la dejaría sola. Se prometió que se marcharía cuando el Sol asomase en las lejanas montañas.

Luego de no pegar un ojo unas horas más y que la situación progresivamente se fuese aquietando, Jack acabó por irse de la habitación mientras la noche todavía tocaba algunas tierras. El viento en sus mejillas siempre era un amigo al momento de reflexionar, aclarar su cabeza.

Mierda, ¿hacía cuánto no había hablado con ella? La relación pasó a ser un espionaje, casi como el día cero desde hacía meses, pero peor. Elsa se sentía como un miembro ajeno de su cuerpo que podría simplemente amputar y olvidar, o sentir su fantasma. Ella no le reconocía, había quedado claro, y eso era algo que apostar en la mesa cuando llegase con el troll.

– ¿Hola? – esa vez, no habían tantos trolls reunidos, pero sí lo estaban esperando.

–¡Jack Frost! – Pabbie no tardó en dar un paso al frente. – ¿Cómo has–

–Lee esto. – Jack, arrodillado, le tendió los papeles copiados.  Pabbie aceptó los mismos, cauteloso por su expresión de piedra.

–¿Qué son?

–Cartas. Escritas por Elsa.

–Mhm. – respirando lentamente, sus ojos descendían por ambos papiros hasta que su frente acabó fruncida. – ¿Qué significa esto? –preguntó desconcertado.

–No lo sé. – se mostró rendido. – Por eso te las traigo.

–Bueno para empezar… No sabía que la Reina tuviese tan mala letra.

–Esa no es suya, es la mía. – rodó los ojos. – Reescribí los papeles originales. Estuvo escribiéndolos, equivocándose y volviendo a empezar por toda la noche. Todo por esta… esta  insensatez.

–Oh… Ya. – Pabbie meditó y se tomó un momento para releerlas. – Elsa está planeando en irse, por lo que puedo interpretar.

–No tiene sentido. ¿Se escribe a sí misma diciendo que ella se irá?

–Parece que sí… – lo pensó, no  demasiado seguro de qué suponer. Jack de pronto develó la respuesta a esa cuestión.

– A no ser que esté mintiendo.

–Es una estrategia, ahora que lo dices, para no dejar huellas. – concordó.

–¿Y por qué mentiría? ¿Por qué se iría?

Hubo un silencio abstraído.

–Lo está sintiendo… Está sintiendo el cambio. Debe ser como una serpiente cambia de piel; no puede quedarse en un solo lugar, por eso se mueve. Yo no la conozco tanto como tú, Jack. Pero podría decir que está asustada. Asustada de ella misma y teme que pudiese causar un mal que esté fuera de su alcance. ¿No la has notado así?

–De hecho, sí. – repasó los sucesos de los días pasados. Por alguna razón, Pabbie aportaba ciertas piezas del rompecabezas que antes Jack no podía encajar. – Más que nunca. Congela cosas sin importarle siquiera. ¿No se da cuenta que espanta a la gente así? Pero espera, –  se frenó; guardó lo peor para el final. – debes oír esto. Parece que Elsa ya no me conoce. En el pasillo del palacio me vio y actuó a la defensiva. Le dije quién soy y parece que eso no encendió ninguna luz en su cabeza. ¡¿Entiendes eso?!

–Bueno, te dije que cualquier cosa podría suceder. Debe ser alguna especie de amnesia temporal– intentó calmarle, pero Jack no demoró en detonar.

–¡Pero recuerda la maldita boda de su hermana y no a mí! – amplió sus brazos desbaratadamente. – ¿Qué significa, eh? ¡¿Qué no le importo una mierda, eso es?!

–¡Jack, Jack, cálmate! – Pabbie arrulló el aire con sus manos. – No fui yo quien le lanzó la profecía, recuérdalo. Simplemente sucedió, las consecuencias tampoco están a nuestro alcance.

–¡Quiero hablar con el maldito universo, entonces, y decirle lo que pienso al respecto!– masculló.

–Déjate de disparates. – a veces, al pacífico troll también se le desafinaban las cuerdas aunque siga siendo menos descortés que el otro. El diálogo de pronto se volvió una disputa entre gritos moderados e histéricos. – No se puede revertir, y tampoco sé cómo llegar a la raíz del problema. ¡Desearía saberlo todo, Jack, pero no es así! Debes calmarte, o esto no funcionará.

–¡Claro que este maldito plan no funcionará si no me recuerda!  – dijo enajenado. – ¿No vez que puedo simplemente darme la vuelta, y hacer que nada de esto sucedió? ¡¿Justo como ella está haciendo conmigo?!

–¿Lo harías, Jack? – atajó. –  ¿Realmente lo harías? No creo que seas de los que lo abandonan todo y pueden subsistir con tal mentalidad, seguir con sus vidas.–

–Pruébame. – su mirada exhalaba desafío.

–Así como tampoco creo que lo vayas a hacer. – Jack cerró la mandíbula. El troll leyó más profundo en el joven;  podía entender su rebeldía. –  Lo que dices ahora es producto de lo incierto. No dejarías a, si no me equivoco, la única mujer que tocó tu corazón por un infortunio. Sabes que esto no es culpa de la chica, y aun así entras en pánico. ¿De dónde salió toda esta cobardía?

–¡No soy cobarde! – contraatacó con el volumen de su voz al máximo, que descendió hasta ser por poco un hilillo. – Pero no puedo hacerlo. – la tartamudez en sus palabras horripilaba a sus propios oídos. Se sentía  desmoronarse en cualquier instante.

–¿Tienes miedo? ¿Eso es? – el anciano enterraba el dedo en la llaga y lo sabía.

–¡No sabes lo que es esto! ¿Alguna vez lo has perdido todo? – sus gritos se incrementaban de nuevo. – ¿Has perdido a tu maldita novia aunque siga “existiendo”? ¡Y que encima tiene amnesia!

–No, pero–

–Entonces no sabes lo que se siente. – le cortó, sintiendo una irritante picazón en los ojos y sabor amargo en la boca. – Y no soy ningún puto cobarde. He dicho que lo haría, ¿no es así? La voy a ayudar, ¡es lo que estoy haciendo, joder!

–Tienes razón, no lo sé. – su frente cayó vencida. Había apaleado hasta el límite el orgullo del muchacho. – Lamento haberlo dicho, me equivoqué.

–Sí, lo hiciste. – le dio una última mirada amarga antes de girarse.

–Espera, Jack. No te vayas; aún queda este tema por resolver. – señaló los papeles en su mano.

–Si se va, la seguiré. – sentenció sobre su hombro en el aire. Si tan solo Pabbie pudiese ver su cara de pocos amigos y sentir el filo de sus palabras… – Pero no pienses que volveré a ti para contarte de los avances. Lo haré solo de ahora en adelante.

–¡Ja–

Jack no lidiará con más mierda de nadie. Enmudeciendo sus oídos, dejó detrás al troll en su mugrosa tierra y regresó al Reino con el viento y las luces del alba en el rostro.


Ya no puedo más.

La chica que parecía irrompible, se rompió. La chica que nunca paraba de intentar, finalmente de rindió. Dejé caer la máscara falsa mientras una lágrima recorría mi mejilla y murmuré para mi misma, “Ya no puedo hacerlo más.” La noche anterior me convertí en uno con lo que rondaba en mi cabeza. Lo dejé reposar dentro de mí, sin defensa en absoluto. Esa noche decidí que no iba a dejarlo ganar, porque me le uní. A lo que sea que fuese, a lo invisible que me ofrecía su amistad.

Ya no me asecharía. Pero… ¿qué sería de mí?

Desperté en la cama, no sobre de los papeles como recordaba lejanamente. ¿Cómo narices había llegado yo allí?

Pudo haber sido Anna, una sirvienta, Alfred o hasta yo misma quien me dejó reposando en el imperioso lecho. Qué más daba, había cosas más significativas en cuestión.

Hoy todo acabaría. O comenzaría. 

No me accedí a llorar frente al espejo por más que lo deseara. No quería mostrarme débil… Encendí el fuego de la chimenea y destruí la evidencia de los intentos previos a las cartas primordiales. Metí estas en un sobre y las dejé reposar en el tocador. La corona exigía con su mirada  filosa desfilar en mi cabeza. Me alejé para buscar un atuendo.

Mi humor estaba distinto,  algo más sereno y como para usar otro tipo de ropa. ¿Por qué tenía que usar ropas elegidas, y no lo que yo podía crear? ¿Algo verdaderamente mío, algo que fuese yo? Al diablo el ropero. Sabía que la doncella tampoco se presentaría, así que armé mi viejo vestido de hielo frente al espejo. Había algo reconfortante en verme así. El modelo siempre era el mismo pero no menos atractivo a los ojos. Las voces en mi cabeza ya no gritaban sino aplaudían mi nueva apariencia.

Pensé en ir a buscar a Anna pero… ¿seguiría molesta conmigo por lo de la biblioteca? Espera, ya me había perdonado, ¿no? Me esforcé por recordar el día anterior, pero nada…

Ya que; un nuevo día se alzaba frente a mí, pero sin la emoción que debería presentar, sino algo que estremecía mis tripas. Si tenía que ver a Anna sería antes de partir; sería ahora mismo. Tomé una de las cartas, dejando la otra abierta ante el espejo y salí de mi habitación. Me sentí nerviosa ni bien puse un pie fuera, lo cual me hizo dudar de mi decisión.

No había nadie a la vista. Deambulé unos pasos en busca de alguien. El más fiel y creo que viejo de todos los sirvientes estaba al alcance de la mano, parado frente a una ventana.

–¡Alfred! – le llamé.

–Su Majestad. –se volteó al oírme y reverenció obstruyendo la vista de la ventana. Por un instante fugaz recorrió sus ojos en mí, pero encubrió la reacción casi a la perfección. –Luce muy bien hoy. Se ve… diferente.

Por alguna razón, podía decir que me sentí ofendida por el cumplido. No me malinterpreten, el peliblanco era un honesto hombre, pero ¿acaso era tan extraño verme vistiendo prendas que quiero? ¿Por qué tiene que ser eso algo de asombro?

–Gracias, Alfred. ¿Has visto a Anna?

–No, Majestad. – respondió con su apacible acento forastero, irguiendo la espalda. – ¿Quiere que le vaya a buscar?

–No, está bien. La buscaré por mi cuenta.

–Me parece que sigue en su recámara. – se balanceó sobre sus talones. – ¿Precisa que le entregue esa carta o...? –

–Alfred…  – aguardé y agudicé el oído. – ¿Qué es ese ruido?

Parecía que Alfred temía a que preguntase. Su rostro siempre reservado, desvalijó esta vez desasosiego, angustia.

–Creo que Alteza  tiene que ver algo. – se movió unos pasos para dejarme ver por la ventana. Su desolación era acertada.

–¿Qué está pasando? –  me ocupé de que mi voz apenas flanqueara. Tras el vidrio, se veía casi la mitad del Reino congregado en la plaza principal del palacio, haciendo un escándalo con antorchas,  panfletos, banderas y piedras en las manos.

–Esos son trabajadores. – me giré a verlo con fiereza  y sorpresa que no interpretó. – Están manifestándose, dicen que ni siquiera tienen para comprar alimentos. Muchos están en situación de calle–

–¡¿Y para eso deben armar tal revuelo?! – sugerí retórica.

–Mi Señora, debe entender–

–¡Están por destrozar el palacio, Alfred! ¡No es forma de manifestarse! ¿C–Cómo es esto posible? ¡Es inaudito! Mandé a hacer negociaciones con el ministro, si no ha hecho nada por el momento no es mi culpa. ¿Cómo se atreven?

–Estoy seguro de que usted conocía su situación, pero se ve que es más extrema de lo que parecía. De todas formas, no acudirán al ministro sino a usted. Es la Reina quien se ocupa de estas cosas, si me permite decirlo.

– ¿Insinúas que no estoy haciendo bien mi trabajo? – le fulminé con la mirada y un tono agudo que no había usado en mucho tiempo. Alfred se removió en su lugar pestañando unas cuantas veces..

–Jamás, Su Alteza.  – se le notaba un poco turbado por mi reacción. “Un poco” para Alfred es casi inexistente en la escala del uno al diez de preocupación. Nunca lo demostraría. – Pero estas personas están desesperadas. Solo buscan una solución. – siguió sosegado.

–¿Sí? Pero esta no es manera, deberían pedir audiencia. ¿Acaso yo voy hasta sus casas a armar un disturbio? ¡¿Huh?!

–Lo han intentado, Mi Señora. Pero no se les ha hecho caso por ser de la parte más baja de la sociedad.

¿Y eso qué tenía que ver?

–¿Cómo es que sabes tanto, Alfred?

–Conozco gente del rubro. – me miró por un instante. – ¿Le estoy ofendiendo, Madame? Lo lamento, no es mi intención. Solo quería que estuviese… informada de la realidad. Como sé que sabe lo que ha pasado con el reinado que perdió su monarquía no hace mucho por causas similares…

Sí, el mundo entero estaba al tanto. Pero eso no le pasaría a Arendelle ni siquiera sobre mi cadáver.

–Sáquenlos. Antes de que destruyan mi palacio.

–Alteza–

–Es una orden, Alfred. Manda al capitán a que los saquen y procuren que esto jamás se repita.

–Sí, Alteza. – asintió. – Pero… ¿no se le dará alguna compensación? Esta gente solo reclama por ayuda, no quieren perturbarla a usted.

Pues  ya lo han hecho.

–… Bien.  – dejé que el hervor de mis venas se enfriara un pelín. – Dígales que se comuniquen con el ministro, y sino con el consejo. Y avíseles a estos que preparen una solución si no quieren perder sus puestos. – declaré. – Oh, y… que se la entreguen a la princesa.

–¿A usted no?

–Solo hazlo, Alfred.

–Como guste.

Observé tras el vidrio la mancha de personas desconcertadas, imaginándolas como se sentirían con la pronta noticia. Furiosos, me atreví a pensar. Anna no ha tenido experiencia como gobernante, pero espero que pueda desenvolver este problema como se debe. Porque ya no es mío.

Los zapatos de Alfred ya no se resonaban en el pasillo por lo que di tres pasos en sentido al cuarto de Anna, cuando en el segundo paso entró la cobardía a corroer mis huesos. La seguridad que había ganado desde que desperté hasta ahora no servía ante el miedo que sentía. Mis manos temblaron cortamente. Las dolorosas consecuencias me cegaban justo en el peor momento.

No podía escaparme así como si nada. ¿Dónde estaban mis responsabilidades, mi compromiso? ¿Dónde quedaba Anna en la escena?  ¿Por qué nada de esto me importaba sino que generaba algo… algo… de temor? Una fobia, pánico. Comencé a sentir calor tras mi nuca y en mi frente pero no en mis manos.

¿Debería quedarme?  La pregunta simplemente me daba ganas de gritar.

Corrí sobre mis pasos y me encerré, dando un  porrazo con la puerta de mi habitación como una cobarde. Ni bien comenzaba el día y ya tenía un ataque. No podía resistir el peso de mi elección. No era necesario verlo para saber que la  puerta en la que reposé mi espalda estaba cubriéndose en hielo.

¿Dónde está la fuerza cuando se necesita?

Abracé mis piernas, sentada en el suelo y escondí los ojos en mis rodillas. Sé fuerte, sé fuerte, me repetí una y otra vez, y lo haría hasta que las palabras cobraran sentido. No hay de qué temer.

Me perdí el último desayuno entre estas miles de paredes del palacio, también el almuerzo y en unas horas la cena. Naturalmente, fue Anna la que vino en busca de mí porque yo no era lo justamente estable para enfrentarla. Lo cual podría llegar a arruinar el plan.

–¿Elsa, estás ahí? – se oyó tras la madera. Brinqué del suelo, mis tímpanos zumbaban. Marchité todo intento de temblor en mis manos,  respiré hondo y alcancé la perilla. Sé fuerte. – ¡Oh, Elsa, al fin te encuentro! He estado recorriendo el pueblo en busca de los arreglos de flores perfectos para la boda y adivina qué encontré… ¿Eso es una maleta? – señaló sobre mi cama tras mi espalda.

–Sí. – fui hasta mi tocador en busca de nada en particular, mi mirada serena. De algún modo u otro era capaz de mantenerme infiel a mis miedos. Tangible, inalterable. Era como mentir, pero en un nivel más avanzado; casi me creía mis palabras, haciéndolas sonar verdaderas. Algo que nunca había sido capaz de dominar hasta ahora, y que no creí fuese… tan eficaz.

–Oh. ¿Te vas de viaje?

–A sí es. – no entré en detalles. A ver hasta dónde podía llegar con mi nuevo poder; arrastrando la mentira hasta que fuese indudable.

–¿Y a dónde? ¿Por qué no me lo has dicho? – de nuevo, su sonrisa se disipaba al acercarse a mí. ¿Debería sentirme herida? De hacerlo, podría arruinar la farsa. Su voz me trajo a la realidad.  – ¿Elsa?

Mordí mi lengua, y le tendí la primera carta abierta, la que recibí.

–¿Y esto? – dijo antes de comenzar a leerla.

–Me ha llegado esta mañana. Dice que es de suma urgencia y mi presencia es necesaria. – fingí poner algunos libros y plumas en la mediana maleta.

–Ohhhh… – Anna había caído en la red. – Mhm, nunca había oído de este Reino.

–Es… Es un Reino del Lejano Oriente. – le miré a los ojos. – Arendelle ha tenido pactos con el mismo desde antes de qué naciéramos. No te preocupes, Anna. Es solo una llamada real.

–Ya. –destensó los hombros. –Pero entonces, ¿Cuándo volverás? ¿Tardarás mucho?

–Unas semanas, estimo.

– ¿¡Semanas!?

–Anna, – tomé sus manos. Pude notar que se incomodó un poco, las debí de tener heladas. La liberé con suavidad como mi tono de voz. – te prometo que estaré bien. No te preocupes…

–¿Y–

–Sí, volveré antes de la boda.

–Es en un mes. ¿Lo juras, verdad?

Vamos, podía extender la mentira por unos minutos más…

–Lo juro.

Anna me envolvió en un resuelto y prolongado abrazo. Noté algunas gotitas cayendo en la curva de mi cuello.

–Te extrañaré.

–Y yo… – la alejé de mí con cuidado. – Ahora déjame terminar de empacar; el barco zarpa al caer el Sol.

–Te pediré un carruaje hasta el puerto. – parecía que se le acababa de ocurrir otra de sus brillantes ideas. – ¡Si quieres puedo despedirte allí!

–No, no será necesario. Ya he pedido uno y además, tienes cosas que hacer por el tiempo en que no esté. – mi respuesta la desanimó, ¿pero qué podía hacer yo? Le entregué la otra carta cerrada. – Toma, he dejado esto para que le muestres al Reino, a los ministros y consejeros. Solo tú y yo sabemos hasta ahora de este viaje de urgencia, así que tú serás la que de la noticia. Confío en que lo harás bien.

Vete. Vete. Vete.

La acompañé a la salida lo antes posible. Anna no había podido pronunciar palabra alguna desde que sujetó la carta. Cerré la puerta sin mirarla. Ahora solo quedaba a que el Sol se pusiese.

Las ocho en punto, de nuevo estaba alterada. El Sol ya casi desaparecía. Había pasado el tiempo desmenuzándome del dolor por hacer esto, por irme como si intentase avanzar con una bestia mordiéndome la pierna. Solía ocurrir que pensaba en que quedarme era lo correcto, pero al final, sabía que no era así. Era normal que frente al espejo ya no reconociese a esa mujer  que no pertenecía, de ojos apagados y vestiduras oscuras para camuflarse en la noche. Pero esa era yo, al juzgar por como imitaba mis movimientos, por como pensábamos.

Era yo.

Ajusté mi capa y oculté mi rostro en la fosca tela, nadie me reconocería. Con las manos desnudas y mi suerte a mi lado, abrí la puerta con elaborado cuidado. Mi presión aumentaba. En el último vistazo al lugar que no pensaba volver a pisar, mis ojos se cruzaron con aquella corona en el tocador. La tomé en menos de un segundo y me escabullí fuera de la habitación. Oí unos pasos a lo lejos, golpes detrás de mí, pero no dejé de avanzar. Rodeando y deslizándome por los pasillos y escaleras que sabía eran menos recorridos, divisé una salida desapercibida al final del extendido corredor de la planta baja. No podría irme por la puerta principal porque la plaza estaba custodiada por cientos de guardias, sobre todo luego de que di las órdenes al capitán por las protestas tempranas. Solo esperaba no cruzarme con ninguno… O no sabría que podría pasar.

No quise revolver más en esa idea, corrí como la sombra de un fantasma, burlando la mirada de unos cuantos soldados, con cada paso hacia la libertad. Ya podía soñar con dejar de sentir esta pesadez en mí que me guiaba a donde estaba yendo. Nuevos pasillos atravesaban ese corredor, a diestra y siniestra. De cualquier lado podría aparecer un soldado o más. Me faltaba el aire más de lo que creía, la vista se me nublaba y me sentía algo enferma. Mis pies de a ratos tropezaban con las alfombras a oscuras y mis manos volvían a temblar. De pronto, una nueva controversia  generaba ganas de llorar y dejar de lado esta huida. Abrazar a mi hermana, y que me dijera que todo estaría bien, que no hay nada malo en mí. Pero sé que no era cierto.

Debía irme.

Por fin, las grandes columnas, decoradas con armaduras tiesas,  me ocultaban. La salida estaba a unos metros, cercana a un alto ventanal. Solo dos pasillos lo traspasaban. Si seguía por ese camino, encontraría los muros donde acababa el palacio y luego la escapatoria al mar. Caminé unos pasos sujetada a una pared. Una luz acompañada del tintineo de una armadura pasó frente a mí. Salté con cautela tras una cortina y las sombras me ocultaron del guardia en turno. Estuvo cerca, suspiré con el corazón galopante. Si me atrapasen… No podía dejar que lo hiciesen…

–¿Señora? – esa voz… Oh, no. – ¿Pero qué está haciendo usted aquí a estas horas? ¿Y sola?

Alfred me escudriñaba, acorralada por la luz de su lámpara junto a otros dos uniformados. Mi capucha cayó, develando el brillo de la corona y la palidez extrema de mi piel. No tenía explicación, ni salida. Me habían pillado. Su frente se arrugaba progresivamente, enseñando el paso de sus años en ella. Y la duda, la aprensión, la acusación… Me estaban matando.

No podía dejar que me atrapasen.

Sentí mi ceño fruncir, la sangre volver a mi cara. Ni un pestañeo; mis manos se abrieron apuntando hacia abajo, en donde floreció  hielo de la pulida madera. Aprecié el delicioso ardor en las venas. Fue tan rápido, tan sobrecargado de carácter, que los tres hombres no se lo vieron venir cuando innumerables y afilados picos de hielo los apuntaban por todas partes; aguijoneaban y clavaban sus músculos, sus gargantas, sus pechos. Y esos crecían y crecían como sus alaridos. Yo no parecía ser partícipe de esa escena, era ajena a las acciones de mis manos, los latidos de mi corazón. Tal era el aturdimiento que no pude reaccionar frente a los gritos de sus ojos nublados. Aullidos de terror. Por mí.

No ordené a los picos que dejaran de crecer. No podía. Cuando la sangre empezó a brotar del cuerpo suplicante y atónito de Alfred, miré a otro lado y mis pies me siguieron lejos de allí. Salí por la puerta reteniendo esa película imposible de mí hiriendo gente. De esa gente temiendo por mí. Del poder ilícito que tenía sobre ellos. Del sabor en mi boca que retuve en la lengua. Sabía a metal dulce, algún tipo de toxina… Sabía extrañamente exquisito.

Antes de saberlo, ya estaba en el final de las escaleras, ante la brisa nocturna y el bote moviéndose en las aguas. Tras los ladrillos a mi espalda, los gritos de los hombres casi ni se oían. No supe si por la lejanía o por si… Los había matado. Aferrándome a la sensación de ese pensamiento, no sabiendo si era algo de qué temer o alterarme, caminé por el barro y me senté en el pequeño bote. Entonces me di cuenta. En cuanto hallasen a los tres hombres – sea cual fuese su estado– verían el hielo y sabrían quién estuvo al frente de ello. Parada en la precaria embarcación, las paredes y la puerta siendo mi testigo, me concentré en que los picos descendiesen a mi orden, aunque sin poder verlo. No estaba segura que funcionase, pero tendría suerte si los hallaran cuando el Sol se ponga para que se derritan. O tendré un ejército a mis talones en cualquier momento.

Si es que me encuentran, pensé con una mueca.

Tomé los remos y me abrí paso por el silencioso piélago.

–¡Hey! ¡Hombres caídos, hombres caídos!

Miré, sin frenar, el lugar de donde provenían los gritos. Los habían encontrado; una decena de luces y más gritos aparecían tras la ventana donde me habían hallado. Dejé los cantos de victoria para otro momento, no se había terminado aún. Me faltaba demasiado para llegar a la otra costa, y a la velocidad que iba, si se daban cuenta que hui por mar, los soldados podrían alcanzarme.

–¡Por allí! – gritó uno.

No eran tan ignorantes como creí.

Las luces ahora salían por la puerta. Para entonces, ya debían saber que la Reina acababa de asesinar a tres hombres. Con tan solo pensar en los problemas que traerán los hechos… hacía más necesario mi escape. Remé con más fibra, mi cuello dependía de ello.

–¿Ve algo, capitán? – oí que preguntaba una voz joven a mi espalda. Faltaba menos.

–Nada, cabo. – estiraba lo más que podía su brazo para alumbrar el mar, pero la mancha oscura que creyó ver se entrometía con la lobreguez de los fiordos. – No creo que haya ido por aquí. ¡Ustedes, – dijo, autoritario, a los otros cinco guardias. – diríjanse a la puerta principal, alerten a todos que ha habido un atentado! ¡Y maximicen la seguridad de Sus Majestades!

–¡Señor, sí, señor!

Remé con más fuerza, mis brazos dolían.

–¡Señor, mire: las aguas se mueven! –volvió a hablar el joven. – ¡El culpable debe estar huyendo por allí!

–¡Le he dicho que no hay nada, debe ser solo la brisa o algún gran pescado, cabo! – repuso molesto el jefe a las sugerencias del cabo. – Las órdenes las doy yo, y he dicho que vaya a la puerta principal ahora mismo. ¡Así que saca tu trasero de aquí antes de que lo haga yo a patadas y has lo que te digo que estamos en una alerta roja!

–Señor, sí mi señor.

Elsa no pudo oír más de las conversaciones y los gritos. Solo continuaba halando. No vio cómo las luces del palacio entero se encendían en alerta. Ni como una figura se dibujaba sobre las aguas y deambulaba sobre su cabeza. No sentía ya las manos, las lágrimas que le caían, no oía el bote chocar con tierra u oler los pinos. No supo que sus pisadas  avanzaban por la densa arboleda, que las ramas abrían tajos en su piel al pasar. Tropezaba, caía y se levantaba irreflexivamente, como si algo hubiese tomado el control y ella siguiera pasajera en su cuerpo. No sentía las horas ni la diferencia al pisar y hundirse en una nueva y suave superficie. Tampoco la falta de oxígeno. Solo supo que en un momento, la vista se volvió completamente oscura sin siquiera cerrar los ojos.

Y no supo nada más.

Fin del capítulo 5




Nota de la autora: 

Debo concluir este capítulo disculpándome con muchos de ustedes que aún leen este blog por no haber escrito en semanas. Me siento muy mal por ello.

La buena noticia es que termino las clases la semana que viene y soy libre para volver a la regularidad de mi escritura. 

Tal vez tardé demasiado porque estaba bloqueada y aprendí un nuevo e importante procedimiento: editar. Lo cual me lleva más tiempo de lo que debería al escribir y corregir luego (que antes no hacía, mal por mí), pero al final acabo complacida con los resultados.

Solo espero estar dándoles lo mejor de mí.

¡Espero hayan disfrutado, y sintonicen el blog pronto porque el nuevo capítulo acaba de entrar al horno! No estoy segura qué signifique ello, pero, p.d: lo estoy escribiendo.

Una última cosa para la jovencita que ha hecho comentarios "ofensivos" en el último cap: gracias, querida, me has dado algo con qué reírme por un rato. 

Saludos.



martes, 13 de octubre de 2015

Capítulo 4






Capítulo 4



Esta vez, lo que más le costó fue despertar. Fue como dormir en un sufrimiento, y despertar en agonía. Por un momento sintió que había abierto los ojos pero no podía ver otra cosa que negrura. Tal vez el efecto desapareció, o había sido una extensión del sueño, pero ahora podía ver su habitación enteramente. La suave luz de un cielo cubierto, el empapelado rosa mosqueta, la escarcha plateada sobre la cama. Él también podía verlo.

–Oh, no…

No hubo energía para desperezarse; observó, para luego apreciar la intranquilidad de que había congelado casi toda la superficie de la cama. Repetidamente sus poderes se salían de control y creía saber dónde provenía la raíz del problema.

En ella.

Al instante, la doncella de las mañanas entró al cuarto en el momento más inoportuno. Fue tan rápido que Elsa no pudo decirle que tenía que tocar antes de invitarse a pasar. La doncella había entrado con una deslumbrante sonrisa que desapareció como la llama que soplas de una vela. Los ojos bronce de la muchacha no se posaron en la estupefacción de la Reina, sino en sus colchas infestadas de hielo, y después ambos rostros compartieron el espanto de la misma razón.

Esta apenas reverenció y salió por la puerta casi despavorida, casi perdiendo la compostura. Elsa no perdió ripio de los sollozos amedrentados del otro lado de la puerta de los pasos que iban a la carrera.  

Elsa abrigaba la marea nuevamente; la impertinencia de la doncella, el temor por lo que vio, por ella, la herida por su reacción y huida y el descontrol en su interior.

Se alejó de la cama despacio, sin pretender que una brusca fricción agravara sus circunstancias. No solo ocurrió con su cama. La toalla para el rostro, el recipiente con agua, su tocador, el cepillo de cabello. Todo se infectaba con su magia. Eso no fue lo extraño, por otra parte, sino la obstinación ante el problema.

Lo sintió… normal, natural. Algo familiar que había sucedido hacía años, por casi toda una vida, resucitaba a estas alturas. La diferencia en esta ecuación es que en aquel tiempo el descontrol lo juzgaba erróneo, incorrecto. Y ahora... La magia es así de impredecible. Entonces, ¿a qué temerle? Pronto pasaría; podría ser que el ciclo lunar o la energía del universo hacían potenciar su magia, por ello estaba más desatado de lo normal. No hay de qué temer.

Ya había sucedido, por lo que sabía cómo repararlo. Pero por el momento, no se angustiaría y dejaría los días transcurrir, desasociada de ello. El remedio está en la calma.

Ignorando los destellos plateados que consumía partes de su habitación como manchas de tintas, expandiéndose cada vez que ella daba la espalda, se vistió y con toda la temprana concordia de la mañana se dirigió a los pasillos, a la puerta blanca.

– ¿Huh? – respondió una soñolienta Anna al tímido llamado. Cuando reparó en quién era la visita, hizo una mueca. –Oh. ¿Qué quieres, Elsa?

La blonda apartó la punción que le provocaba la dureza de su pregunta. Impuso la mejor sincera sonrisa de súplica y arrepentimiento que había estado practicando en el camino.

–Quería pedirte perdón, por lo que pasó ayer.

Anna levantó una ceja. Continúa, decía su gesto.

–Lo siento tanto. No tengo explicación. – deseaba tomar sus manos o abrazarla para que su súplica aumentara en valor, pero por precaución se restringió. – Simplemente no estaba de buen humor, y de verdad no quería salir. No era nada contigo. Lamento haberte herido.

Inconscientemente, Anna acariciaba del dorso pecoso. Durante su discurso, no miró a su hermana. Hasta que juntó el coraje para hacerlo, ya sin una mirada acusadora pero con una diminuta sonrisa torcida. Después de años separadas dentro de las mismas paredes, no podría vivir mucho sin hacer las paces.

–Disculpas aceptadas. Lamento haberte insistido tanto, estabas leyendo y yo te molesté–

–¡Oh, no! Está bien. – negó con las manos suavemente y sonrió, pensó que debido a la felicidad o el logro. – Debí haber tenido más paciencia, tú no merecías que te amargue el día.

–Las dos nos perdonamos, entonces.

Elsa aceptó los brazos que Anna le tendía. Sintió sobre su mejilla la humedad de la baba de su hermana que aún decoraba su rostro, pero no le dio importancia.

–¿Qué dices si vamos a desayunar? – le invitó la Reina. – ¿Está Kristoff despierto?

–No, aún duerme. Pero yo iré contigo ¡Y de paso, podremos conversar sobre la boda! – se emocionó casi olvidando que alguna vez estuvo molesta con ella.

La boda… Elsa lo había olvidado. No queriendo ser inoportuna, devolvió la sonrisa acompañada por acertados ojos, como se suponen las sonrisas reales son.

Anna se vistió de prisa y salió de su habitación a encontrar a su hermana esperándola.

–Ven. – Elsa lamió su pulgar y limpió el recorrido de baba que hacía una curva de la terminación de su labio a su barbilla. – Ya estás.

–Tienes la mano muy fría, Elsa. – percibió Anna, no sin antes tomarla para probar su teoría.

–¿De verdad? – plegó el entrecejo, sorprendida. – Oh, debe ser porque se aproxima el invierno.

Anna soltó la risa y partículas de saliva que intentaba comprimir con los labios. Elsa olvidó su confusión y se dejó atrapar por la gracia de lo que Anna acababa de hacer. Se resignó a ser halada, encajada al brazo de la otra joven.

Para cuanto estuvieron sentadas al lado de la otra como siempre preferían al estar a solas, con exquisitos platillos enfrente, la charla comenzó.

–¿Así que… ya tienes pensado el vestido?

–Claro que sí. – colocó sus codos en la mesa y posó su mentón sobre sus manos entrelazadas. – De hecho, serán dos ceremonias. Olvidé decírtelo.

–¿Dos? – Elsa elevó las cejas.

–Pues sí. La boda real y la boda al estilo de los trolls. Kris dice que es menos superficial y más profunda, efectiva, que las bodas mundanas.

–Mhm. – rodó los ojos desapercibida mientras comía un pastelito. Anna no lo notó.

–Para la boda en las montañas había pensado usar lo típico: unas capas de plantas, ramas en la cabeza, flores y eso. – Elsa casi se atraganta con el bocado. Lo disimuló bastante bien. Anna dulcificó su voz para el siguiente detalle. – Y para la ceremonia quería usar el vestido que usó mamá para su boda. ¿Qué opinas?

Un fugaz anhelo por el recuerdo de sus padres le azotó, dejando una huella rosada que pronto se difuminaría con su propia pálida piel; Anna también sentía sus ojos brillar con el mismo efecto.  La Reina tragó fuertemente y relajó el rostro con completa ternura. Tomó la mano izquierda de Anna y la encerró entre las suyas.

–Me parece perfecto. A ella le hubiese encantado verte vistiéndolo en tu día.

–Igual que contigo. – regaló una cálida muestra de su dentadura, sus pecosas mejillas ocultando sus ojos.

Elsa palmeó su mano, mirando el mantel y no su mirada, sin saber qué responder a eso. Primorosamente, le soltó y regresó a erguirse sobre su taza de té.

–¿Sabes qué…? – carraspeó. Intentó sacar el tema por el que se dirigía su comentario, pero no obtuvo mucho consentimiento que digamos.

–Sí. – no dejó que concluyera.  Tomó un sorbo de su taza.

¿Seré la próxima en la lista? ¿Me presionarán a mí también para conseguir un marido?

–Oh. – calló, retraída. Sabía que no era un tema que discutir en plena mañana, uno que a Elsa no le satisfacía en absoluto. Pero Anna tenía que preguntar, o jamás se enteraría. Elsa podría ser muy reservada a veces, sin patrón, y qué mejor oportunidad que aprovechar una reconciliación. – ¿Sabes cuándo vendrán los…?

–No.  – otro sorbo y echó los hombros hacia atrás.

–Consejeros. ¿Y… tienes pensado en alguien para…?

–No. – hubo una pausa que acabó con lo monosílabo. – Anna, sabes que no quiero casarme. Sabes todo lo que preguntaste. Te pido por favor no lo hagas. No es algo de lo que quiera hablar. – intentó sofocar la mueca que generalmente surge en sus labios cuando se siente disgustada.

–Está bien. – reparó en cómo Elsa lidiaba por relajar la parte superior de sus labios para que permanecieran tiesos. Anna mordió el labio inferior y miró para otro lado que no fuera su hermana. Ella y su lengua desbocada. – Volviendo al otro tema. Quería pedirte si, si tienes tiempo, me podrías ayudar a escribir las invitaciones.

Elsa seguía mirando el interior de su taza. La joven pelirroja se arrimó un poco más hacia ella, para enfrentar y captar los ojos celestes que no la miraban.

–Tu letra es mejor que la mía. – propuso con una alentadora risilla.

Y por fin, Elsa se alegró.

–De acuerdo. – la curva de sus labios cerezas se extendía igual que la de su par. Anna agarró su mano izquierda que sostenía el platillo de porcelana y la sacudió cual terremoto, casi haciendo que volcase su té. En ningún momento las risas callaron.

El momento terminó cuando las puertas se abrieron de empellón. Unos diez hombres con elegantes trajes,  papeles y plumas en ambas manos irrumpieron en el lugar, directo hacia Elsa quien se hundía en su asiento.

Ya están aquí.

– Su Majestad, pedimos su audiencia urgente para discutir de las noticias del parlamento, el informe diario del Reino y su futuro como gobernante. Insisto que la necesitamos en este instante y pido disculpas por la interrupción de su desayuno, Alteza. – proclamó explícito el consejero a la cabeza, el de nariz ganchuda y mirada severa, vacía. A Elsa se le revolvieron las tripas. Miró nerviosa a su hermana que le devolvía el sentimiento turbado;  tomó aire y encerró sus manos en un puño. Pequeña escarcha apareció en su vestido, bajo sus manos. Se incorporó rápido barriendo la escarcha diplomáticamente, acomodó su silla y abandonó desayunando a Anna.

La Reina caminaba solemne, derecho a su oficina con los consejeros pululando y hablando a la vez a su alrededor como abejas. Avispas. A ella no le correspondía manifestar su antipatía con los mismos ni viceversa.

–Mi Señora, los campos produjeron apenas lo suficiente para sobrevivir este invierno, ¿piensa que debemos acudir al mercado externo en mayor instancia? –decía uno.

–Me parece bien. Consultaremos con los ministros de economía al respecto y fomentaremos las actividades agropecuarias internas para que no vuelva a suceder. ¿Qué más?

–Han habido pequeñas, casi insignificantes manifestaciones de trabajadores de casi todos los rubros pidiendo un aumento del salario. –dijo otro vestido en  un traje azul marino.

–No queremos futuros problemas. Consúltenlo con el  ministro también para ver a qué acuerdo podemos llegar. ¿Alguna buena noticia?

–De hecho sí, Excelencia. Las relaciones exteriores con reinos vecinos no podrían estar mejor.

–Oh, qué alivio. – apenas tuvo tiempo de suspirar. Dejó que dos caballeros abrieran las puertas de roble e ingresaron ella y el grupo de hombres siguiendo sus pasos.

Odiaba esos momentos. No el ritual diario con los mismos hombres y diferentes noticias, era mi deber y estaba acostumbraba. De alguna forma, hallaba armonía en mi trabajo. Sino que me resultaban desagradables las interrupciones como esas. Y sobre todo porque estaba al tanto del tema siguiente a discutir.

–Respecto a la boda, – carraspeó uno que se llamaba Richard – su Alteza. –

Elsa despojó su cuerpo de todo rastro de pulcra civilidad y decencia de una Reina frente a esos nobles cuando rodó los ojos y resopló. Fue tan minúsculo el gesto pero significativo que los consejeros afilaron sus espadines.

–Le pido no haga eso, mi Señora. – pidió con amable amargura el consejero a la cabeza. Los otros tomaban notas, dejaban papeles en su escritorio y señalaban dónde debía ella firmar. – Usted sabía que este día llegaría, se ha preparado para esto toda su vida y firmado el contrato de aceptar dicha cláusula cuando asumió su cargo.

–Sí, pero se suponía debo casarme cuando se me plazca.

–Debe entender que no podemos esperar mucho tiempo hasta que Su Alteza se digne a encontrar marido.

Elsa alzó su vista de los papeles para mirarlo con ponzoña que no modificaba en nada la impalpable fachada del consejero. ¿Acaso les extraían las almas cuando se preparaban para ese cargo?

–Ha pasado la mayoría de edad hace un año, Su Majestad. – comentó el más regordete de los hombres.

–Y su hermana, la princesa, ya tiene planes de boda siendo más joven que usted. – añadió uno más bajito.

–Conozco en qué posición me pone eso. – respondió la soberana, elevando su voz desde su asiento pero sin mirar a ningún presente. – Pero es otra cosa que no entienda el punto.

–Se lo explicaré cuantas veces sea necesario. – el de nariz ganchuda comenzó a deambular de un lado a otro frente a ella, mirándola de reojo, como si Elsa fuese el león enjaulado y él el domador. No podría haber mejor alusión o metáfora que iba al caso. – Usted no puede ser Reina en cuanto sea su hermana la única desposada, aunque cabe admirar el hecho de que su prometido no es de la nobleza. La Reina, por lo tanto, no será bienvenida a ocupar su título mientras permanezca en desventaja. Más si hablamos de futuros herederos de parte de la princesa. Para solventar su prosperidad en el legado, como primogénita y heredera de sus padres, se le obliga por consiguiente a contraer matrimonio de inmediato. Lo dicen las normativas y pilares de nuestro próspero Reino. ¿Ya comprendió?

–Comprendo. – pero sigo sin estar de acuerdo.

–Reunimos los perfiles de los treinta y dos postulantes más oportunos y presentables para el bien del Reino. Y usted, en cierta forma. – continuó el nariz de gancho. El señor a su izquierda apoyó sobre lo que Elsa estaba leyendo el registro de los mismos. Elsa lo abrió con sutil aversión, treinta y dos era una abominación; este contenía fotos, riquezas, ganancias, expansión de tierras. El listado era largo. – Se le presentará a cada uno en situaciones múltiples, serán invitados por un lapso definido de días al palacio donde usted podrá conocerlos y a sus fines en profundidad. Entre ellos están el Duque de Gales, el Archiduque Austro-Húngaro, el–

–No necesito sus nombres. O títulos. – dado a que no me casaré con ninguno. – ¿En cuantos meses estaré esperando estas… visitas?

De repente, los hombres se echaron a reír como desquiciados.

–¿Qué es tan gracioso? – frunció el ceño.

El que apenas había emitido una mueca, nariz de gancho, explicó.

–No serán meses, Alteza. Estarán aquí en menos de una semana. En cuanto se vaya uno estará disponible el siguiente en la lista. Ese es el procedimiento.

Elsa golpeó  un puño en su extenso escritorio. Todo rastro de risa quedó enterrado vivo bajo tierra y el miedo se abría floral al ver la escarcha perlada que se bifurcaba por la madera pulida y que Elsa no reconocía.

–¡¿Y cuándo pensaron que me dirían esto?! – gritó sintiendo el descaro hirviendo por sus venas.

–Acabo de hacerlo, Su Alteza. No se altere. – tenía que ser nariz de gancho, con su descarada fachada insondable. ¿Cómo no alterarse? Pasó de tener poco tiempo a definitivamente nada; Elsa se ahogaba con la arena en su reloj de cristal y asesinaba con la mirada a los consejeros.

La mejor venganza, el mejor mal que podría causarles era no dejarle ver más de su caótico desmán. Verla resurgir del polvo con la dureza de un diamante. Aclaró la garganta para recomponerse.

–Si eso ha sido todo, caballeros, pueden retirarse.

–De hecho, hay más– se apresuró el bajito con la mejor intención con la que Elsa no podía contender.

–He dicho que pueden retirarse. – les cortó, agotada su paciencia.– Déjenme lo que haya que hacer y déjenme a solas.

No hubo titubeo, dejaron la larga pila ante ella, lo más lejos posible de su alcance y salieron en tiempo récord. Finalmente. Ya no tenía que oír más de nariz ganchuda ni de nadie más. Elsa, aún fastidiada, suspiró pesadamente. Se sonrió un poco cuando escuchó las exclamaciones de estupor detrás de la puerta, de los hombres que admiraban cómo el perillo se congelaba y huían como ganado.

Con su mente en otra parte, lejos del registro de los treinta y dos, revisaba y firmaba tratados, arreglos, negocios, autorizaciones, etcétera. A veces la pluma se congelaba lo suficiente para impedirle escribir y debía tomar otra sin resignación. Lo dejaba pasar y continuaba.  Para cuando terminó con la mitad ya era hora de almorzar. El escritorio que no había sido descongelado, sino que permaneció aleatorio por Elsa, hizo saltar a la doncella con la bandeja de comida. Elsa solo la miró de reojo y agradeció el almuerzo a secas. A su vez, la doncella lo dejó en una esquina del escritorio y como entró, salió. Concibió el perillo solidificarse nuevamente a su espalda al salir de la oficina. Hacía un año que no había vuelto a ver el producto de su terror, objetos de palacio congelados por la Reina. Ella y todos los sirvientes o guardias tenían razones justas para estar preocupados y quizás considerar un nuevo empleo.

Jack agarrotó un gritillo, bañando apenas el vidrio con fresco vaho. Por un descuido, del otro lado de la ventana se dibujó un diminuto punto congelado, del tamaño de un pulgar. Afortunadamente, los papeles eran más trascendentes ya que Elsa no movió su vista de ellos y la puerta en vanguardia. Verla tras el  vidrio, plegando el ceño, era más alarmante que estar en la misma habitación. No es que le temiese, estaba preocupado.

¿Desde cuándo Elsa no se esforzaba por mantener su magia al margen? Ella sabía cómo le ponía piel de gallina a cualquier persona con ver manifestaciones de ese estilo. Los mundanos suelen temerle a la magia, sobretodo una tan poderosa y peligrosa al mismo tiempo. Pero esta vez no haría algo para tranquilizarlos. No lo escondería. Se le veía enfrascada en algo más. Si tuviese la capacidad de atravesar paredes, Jack hubiera podido oír la tensa conversación con esa bandada de cuervos y saber el quid de la cuestión.

Vio miradas asesinas de ambos bandos, la Reina y los hombres, papeleo, revoloteo de ojos, golpe en el escritorio y hielo. El estómago le dio un vuelco; reconocía muy poco de la Elsa que conocía en esas acciones. El cambio se burlaba en los ojos externos. ¿Debería interferir ahora, o esperar?

-¿Elsa? – la voz exterior de la oficina hizo que Elsa y Jack miraran a la puerta, espantando pensamientos. - ¿Puedo pasar? Creo que el cerrojo… está… - pretendía hacerlo girar. – congelado y atascado…

-Ahora no, Anna. –respondió adusta. - Tengo mucho que hacer.

El cerrojo permaneció sereno.

-Oh, bueno, haberlo dicho antes. – rio nerviosa. – No te molestaré entonces. Huh… ¿Te veré en la cena?

Elsa suspiró al aire de su propio recinto.

-Sí. – no estaba en el mejor humor para hacerlo. – En cuanto termine con esto iré.

-Bien. De acuerdo, que así sea. ¡Te estaré esperando! – ¿Qué le sucedía, se encerraba por la reunión con los consejeros? Anna caminó pesadamente hasta su habitación. Unos pasos la seguían, posiblemente Kristoff.

Desde ya, Jack Frost no pecaba de ignorancia  con que Elsa no iría a cenar. Se excusaría y concluiría sola en su habitación. En otro tiempo quizás esperándolo a él, ¿pero ahora? Sabía que había cierta posibilidad de que ella se hubiese olvidado de él, lo cual creyó devastador. ¿Se acordaba de la boda, de Anna y no de él? ¿Qué tan poco importante era para Elsa?


Jack alzó la vista, escondido contra el muro de piedra del palacio y miró las alturas al distante y austero Sol que huye de sus problemas en cuanto la luz se apaga. Por un momento deseó ser como esa estrella. Podría ser más sencilla la vida así, pero había un voto sin oficializar con la mujer a la que le debía el corazón. Debía recordarse a sí mismo las razones para poder avanzar y no saltar a un lado del camino. Agrega eso a la lista de dificultad.

Elsa arrojó su pluma al piso en un acto de histeria, temblando. No podría seguir negándolo, posponiéndolo.

Puso en palabras lo que quería callar, así como uno no impide que las olas lleguen a la costa con tan solo pararse ante ellas. Las olas te arrastraran, ese es su juego. Como el de las inquietudes. En época de crisis interna, no hay doctor o cura que te diagnostique y mejore más que uno mismo. Hay que confrontar al mar.

Estoy bien por un tiempo. Río, converso, me muevo y como con total normalidad. Detallaba. Pero después algo sucede, como si se apagara una lámpara y me quedo sola en la oscuridad de mi mente. Y cada vez parezco que me hundo. Más y más profundo. Y tengo miedo. Miedo de que algún día no regresaré a los días que pasaron, siento que me quedo sin aire. Pero todos solamente me miran con ojos confundidos, preguntándose qué me pasa en sus pequeñas cabecitas y me hace sentir que estoy loca. ¿Dónde está el remedio si no puedo detener que esto pase?

Había miedo en ella, lo admitiera o no. No quería estar sola ni ser rechazada, sin embargo se aislaba. No quería sentirse insignificante, aunque las lágrimas le picasen indicándole que lo era. No quería ser un fracaso, para su hermana, su pueblo, ella misma. Anhelaba estar bien espiritual y mentalmente, aunque veía leyendas en su palacio y se desequilibraba la balanza.

La vi mirarse en el espejo, desmejorando mis aprensiones. Confeccionaba una radiante sonrisa que moría como insecto. Lloraba desconsolaba y fallaba en restaurarse. En un contacto de su mano, acalló la imagen del reflejo con cristalino frío. Lo mismo hizo con la pintura de su padre. Caminó de un lado al otro, desarmando su bello peinado. Secaba y ahogaba llantos y gritos con la manga de su vestido. ¿Es que nadie le oía? Arrojó papeles al suelo para luego devolverlos a su lugar, rendida. Una selecta nevada chispeaba en una danza desde el techo.
 
La vi desmoronarse de adentro afuera, y la concebí como una extraña por segunda vez. La primera había sido el día anterior, cuando negó conocerme. En ese instante, la imagen de la Elsa que conocía se desvaneció para dejar a una asustada y defensiva Reina en su lugar que no podía alejar de mi cabeza. En el presente, parecía no haber lugar para la compostura que solía gobernar en ella.  La pregunta estaba en quién era ella entonces.

Es oficial, sin dudas ni vueltas, la maldita profecía funciona y sus consecuencias se hacían valorar en el aire. ¿Pero por cuánto más?

No reparé el desastre de la oficina. Salí dando un portazo, abrigándome con las luces nocturnas a las corridas. No me desvestí ni lavé el rostro en cuanto estaba en las cuatro paredes de mi recámara. Solo quería llegar a la cama, en donde los monstruos no se adentran, y escapar. Si bien a veces no hay lugar al que ir.

Intenté con todas mis fuerzas mejorar, superarlo y olvidarme de todo esto que comenzó de la noche a la mañana. No creía que pudiese estar pasándome, menos a una Reina. Intenté seguir, y pensé que alcanzaría el sitio de poder decir ‘oh, me estoy sintiendo mucho mejor’, cuando la verdad es que ahora no podría estar sintiéndome peor.

He llegado a un punto en el que no puedo dormir, no puedo concentrarme, ni siquiera puedo pensar. Soy un desastre. Me vuelvo insana. Y me estoy convirtiendo en lo que más me asusta.

Matrimonio, angustia, locura. Hay tanto sufrimiento en mí. Contengo mi enojo y soledad y los retengo en mi pecho. Me han cambiado en algo que no quería ser, más allá de todo. Me ha transformado en una persona que no reconozco; pero no sé cómo soltarla, dejarla ir.

Jack la tenía en la mira desde lejos preferentemente, respirando el aire fresco que no entraba en la habitación, aunque pretendiera estar con ella y abrazarla hasta que dejara de llorar. Por Diosa odiaba ver tales escenas. A veces las cosas no salen como uno quiere. Sino que toman un giro de 360 calumniados grados.

Elsa saltó de las colchas tiritando, soplando a sus manos para que se calentasen un poco. Las sentía más frías que nunca.

Congelando lo que tocaba, tomó pluma y papel, y se sentó en su tocador. Esto no puede seguir así, pero tenía que hacerlo. Tenía que escribir las cartas y entregarse a la marea, a la guerra, antes de que estas la consumieran. Debía entregarse, mientras se le partía el corazón, el brillo de su corona se burlaba, la pluma trenzaba y la noche consumía.


Y en sus sueños no corrió, ya no se ahogó. Por el contrario, decidió aceptar el llamado, tomar la mano y dejarse ir, abandonando todo míseramente a la oscuridad.


Fin del capítulo 4



Nota de la autora: 

Lamento la demora muchísimo. Espero no estén enfadados D`: 

Este capítulo me resultó verdaderamente depresivo. Fue difícil escribirlo pero es lo que la trama requiere. Veremos para qué son las cartas pronto, pronto mis amigos.

Pregunta del día, es media boba y off the topic, pero realmente quiero saber.

Sospecho que todos ya han visto INTENSAMENTE, ¿no? Sino, ¿qué rayos has hecho con tu vida? Bromeo. 


¿Cuál sería entonces la emoción que dominaría, que fuese el jefe en tu cabeza? (En el caso de Ryley sería alegría)


Pienso que en mi mente serían tristeza, alegría y furia, además de que tristeza y furia son mis favoritos. Vale, no sé si se valen tres emociones dominantes, pero no hay leyes que lo definan, ¿okay? Okay.
Creo que son los más fuertes en mí, soy muy alegre sobretodo, además de enojona y algo triste de a ratos, pero para algunos autores y poetas la tristeza es más que requerida para saber de la vida, para experimentar. La tristeza también puede ser sabiduría, profundidad, qué se yo. No sé si me explico bien. 

¡Saludos!